Nombre: Bessy Ríos
Ocupación: egresada de Derecho
Edad: 32 años
En diciembre de 1991 tenia 11 años, mi mundo pertenecía a la preadolecencia. Ya me gustaban los cipotes y sobre todo mi cuerpo ya estaba cambiando. Esa navidad sería grandiosa, y había quedado con un vecino que el 31 llegara a la casa con otros amigos (entre esos 2 o 3 que me gustaban mucho). Esa noche, entre mis ilusiones, los “cuetes” y la comida que hacía mi mama sospeché que algo estaba sucediendo pues mi mamá y mi papá estaban raros esa noche del 31 de diciembre. Pasaron pegados al televisor, y yo veía sus rostros navegar en el mar de la incredulidad y la alegría. Ambos se miraban y más de alguna vez les oí decirse el uno al otro “¿será cierto vos?”
Luego cuando la presentadora dijo que se había llegado al acuerdo de la firma de paz mi papa ¡saltó del sofá! y caminó hacia mi mamá, la abrazó y la besó y luego nos abrazó a nosotros, a mi hermano y a mí. Caminó a su cuarto, y unos segundos después traía consigo un cassette. Mi mamá le dijo que no lo pusiera pero mi papá, acto seguido, lo metió en el aparato de sonido y le dio todo el volumen. Empezó a sonar una canción, "Perdóneme, tío Juan" de los Guaraguao. Era la primera vez que yo la escuchaba, la tonada salía a las gradas de la casa, hacia los vecinos. Ellos salían, uno a uno, de sus casa por el sonido de la música. Fue hasta después que entendí por qué mi papá, teniendo ese cassette jamás lo habia puesto: era música proscrita y el solo hecho de tenerla daba la sospecha de ser guerrillero y podía significar muchos problemas. Unos vecinos lo abrazaron y otros solo lo miraron. Desde entonces, esa música no paró de sonar en mi casa junto con la de Mejía Godoy, Silvio... entre otros. Nunca supe dónde es que había guardado mi papa su música pero ahí estaba sonando, día y noche, y mi papá repetía que ya se podía oír y que nadienos diría nada. 
La firma de los acuerdo fue espectacular para mí. Claro, mis papás estaban eufóricos contentos y felices. En el fondo, yo también, pues ya no oiría las balaceras ni me asustaría al ver soldados por las noches pasando por el patio de mi casa. Además, mi mamá podría llegar tarde a la casa después de trabajar sin venir corriendo porque la hora del toque de queda estaba cerca. Cuando en el televisor se enfocó a los firmantes del lado de la guerrilla, mi papá dijo uno a uno el nombre de cada uno (no sabia que se podía todos los nombres). Tuvo especial euforia al ver a Villalobos y a Ana Guadalupe. Mi papá decía que eran los guerrilleros más bravos que habían mantenido los combates y que gracias a ellos fue que la guerrilla obligó a sentarse al gobierno a negociar. “¡¡Ve, ahí están los muchachos!! ve!”, dijo. 
En esa época, no comprendía la magnitud de ese evento. Años después, lo fui comprendiendo, y mi papá estuvo más abierto para contarme de la guerra, cómo, por qué, y dónde sucedía, además de hablarme de las masacres, contarme de su vida como estudiante universitario, las peripecias, los maltratos de parte de la extinta Guardia Nacional, por el solo hecho de ser universitario de la UES y estudiante de Derecho (mayor pecado aun). Igual mi mamá, aunque con menos frecuencia, se sentaba a contarnos del porqué de la guerra. Ambos nos pintaron la guerra como un hecho necesario al que se vieron obligados los jóvenes de su generación, así que sentían mayor alegría al haber alcanzado la paz y que nosotros, mi hermano y yo, viviríamos en un El Salvador diferente.