El gran evento de hoy

El Salvador amaneció nervioso y expectante por el gran suceso de este día. Las playas y los bares estaban a reventar y además, hoy, 1 de junio de 2024, a las 9:35 de la mañana, se inauguró una nueva dictadura.

Carlos Barrera
Miércoles, 30 de octubre de 2024
Carlos Martínez

“¿Listo para el gran evento de hoy?”, pregunté al conductor de Uber, por preguntar cualquier cosa. “Nah… no le voy a ninguno”,  dijo, con franco desdén, porque le parecía que en realidad ya todo estaba escrito: “Nada le va a hacer el Borussia al Real Madrid”. Y caí en cuenta de que “el gran evento de hoy” había sido una referencia vaga, así que, sin saber cómo seguir la conversación, me dejé llevar, “¿cree que no?”, y él respondió al vuelo, “es que el Madrid tiene cuadro, hay que reconocer que tiene cuadro”, y como yo me quedé sin palabras seguimos en silencio hasta el Estadio Cuscatlán, donde las autoridades habían dispuesto autobuses para quien quisiera asistir a la segunda toma de poder de Nayib Bukele.

Fernando Cornejo Chávez (derecha) fue empleado del departamento de capacitación de la Asamblea Legislativa. Fue despedido unos meses después de que Ernesto Castro asumiera como presidente en 2021. Cornejo no encontró trabajo desde entonces y tuvo que salir a las calles a vender. El 1 de junio se estableció en los alrededores de la plaza Barrios para vender prendas con la imagen de Nayib Bukele. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
 
Fernando Cornejo Chávez (derecha) fue empleado del departamento de capacitación de la Asamblea Legislativa. Fue despedido unos meses después de que Ernesto Castro asumiera como presidente en 2021. Cornejo no encontró trabajo desde entonces y tuvo que salir a las calles a vender. El 1 de junio se estableció en los alrededores de la plaza Barrios para vender prendas con la imagen de Nayib Bukele. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

A las 5.30 de la mañana del día sábado 1 de junio de 2024, varias personas habían aprovechado el asueto nacional para subir sus tablas de surf a la parrilla de sus carros y se precipitaban en caravana por la hermosa carretera que conduce desde la capital hasta “Surf City”, el conjunto de spots playeros a los que el Gobierno ha dotado de una muy exitosa campaña de márquetin, y que ahora son el deleite de nacionales y extranjeros, que se disputan dentro del mar las mejores olas y se broncean en las playas hasta enrojecer.

La playa El Tunco, la joya turística de la costa salvadoreña, estaba a todo vapor: algún café colapsó por la mañana, quedándose sin sillas para atender a los comensales. A esa misma hora, en el Centro de San Salvador, cientos de soldados y policías patrullaban las calles, se apostaban en tanquetas, se doraban también al sol, pero ellos desde los tejados más altos, para emplazar las armas de los francotiradores; o hacían esas guardias rígidas, inmóviles, con guantes blancos, que tanto le gustan a los militares, y revisaban una por una a cada persona que ingresaría a la plaza Gerardo Barrios, para presenciar lo que sin duda sería un momento histórico, de esos que sólo se ven una vez en la vida, al menos en El Salvador, donde el precedente más cercano ocurrió hace 89 años: el momento en el que, al término de un mandato presidencial, el presidente no se va, se queda, como presidente digo, para, al menos, otro período más.

Las filas para pasar la revisión eran de cuatro cuadras o más y los vendedores ambulantes aprovecharon para vender ahí donde ahora les está prohibido. Agua, golosinas, bubucelas, sombreros con el rostro del presidente que se queda, que no se va; gorras con la misma cara, camisas con la misma cara, piscuchas con la misma cara y un sujeto que vendía leche de cabra, con sus tres cabras flacas.

Algunos asistentes a la toma de posesión subieron a los árboles para ver a Nayib Bukele dar su discurso presidencial desde el balcón del Palacio Nacional. Foto de El Faro: Carlos Barrera
 
Algunos asistentes a la toma de posesión subieron a los árboles para ver a Nayib Bukele dar su discurso presidencial desde el balcón del Palacio Nacional. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Mientras tanto, el locutor mexicano, que es la voz oficial del Gobierno, repetía por el sistema de altoparlantes verdades como puños: “El mundo está siendo testigo de un evento sin precedentes que cambiará el rumbo de El Salvador”; “Estamos presenciando un evento que quedará en la historia”; “Este es un nuevo capítulo en la historia”… para que el público, que ya vestía con los souvenirs antes descritos, cayera en la cuenta de lo privilegiado que era.

Y entonces llegaron los anuncios de los altos dignatarios que asistieron a la ceremonia: el representante del reino de Marruecos, el primer ministro de Belice, la primera ministra de Guinea Ecuatorial –donde gobierna un presidente que no se va desde 1979–; el presidente de Ecuador; el de Argentina –apodado por sus detractores como “el loco”, entre otras cosas por consultar a Conan, su perro, sobre asuntos de Estado cuando, no bastándole con ser perro, Conan además está muerto– ; el primer ministro de Kosovo y los presidentes de Paraguay, Honduras, Costa Rica y finalmente, el rey de España, don Felipe VI, que levantó fanfarrias entre el público y el arrebato de al menos una señora, que al verlo en una de las pantallas gigantes no pudo contener el grito de “¡mi amoooor!”.

Presentados los mandatarios extranjeros que acudieron al evento, llegó el momento que todo mundo esperaba: la aparición de Nayib Bukele. Que asomó al balcón del Palacio ataviado con un traje difícil de definir, pero muy acorde a la ocasión: una especie de chaqueta entre civil y militar, con las mangas y el cuello alto decorado con ribetes dorados, a lo Gerardo Barrios; y desde la altura vio desfilar al Ejército Nacional y sobrevolar los aviones de combate que dejaron una patriótica estela con los colores de la bandera y caminó luego, solemne, de la mano de su esposa, hasta un podio donde el presidente del Congreso, Ernesto Castro, lo increpó, según el juramento oficial: “¿Jura usted, bajo palabra de honor… cumplir la Constitución?”. Castro se refería a una constitución que todavía tiene escrito un artículo que dice: “El período presidencial será de cinco años y comenzará y terminará el día primero de junio, sin que la persona que haya ejercido la presidencia pueda continuar en sus funciones ni un día más”.

A las 9:35 de la mañana, Nayib Bukele respondió: “Sí, juro”, sonó un estruendo de cañón, y El Salvador entró, en ese minuto, en una dictadura.

Luego subió de nuevo al balcón del Palacio Nacional, para saludar a la muchedumbre y, tras agradecer a su esposa, a sus hijas, a sus hermanos y a su madre, se dirigió a la nación con una parábola en la que un enfermo, aquejado con todas las dolencias imaginables, cáncer incluido, recorrió un sinfín de médicos charlatanes que lo llevaron al punto de la muerte, hasta que, finalmente, acudió a un médico bueno, que lo curó del cáncer, gracias a que el paciente acató –a pie juntillas y sin quejarse nunca– todas sus indicaciones. El enfermo, reveló luego, era El Salvador, y ese doctor prodigioso, él. Y así siguió, durante 35 minutos, con 27 segundos, pronunciando un discurso donde enfatizó en la importancia de acatar sin chistar, de seguir sus recetas milagrosas, “sin titubear”, “sin quejarse”; habló de la misericordia divina y de los muchos milagros obrados por Dios, a través de él y de su Gobierno. La palabra más pronunciada fue “país”, con 22 menciones; seguidas por “Cáncer”, con 22; y “Dios”, con 21.

Finalmente, le pidió a la muchedumbre que levantara su mano –la muchedumbre levantó la mano– y que repitiera el siguiente juramento: “juramos defender incondicionalmente nuestro proyecto de nación, siguiendo al pie de la letra cada uno de los pasos, sin quejarnos, pidiéndole sabiduría a Dios para que nuestro país sea bendecido de nuevo con otro milagro, y juramos nunca escuchar a los enemigos del pueblo”.  La gente repitió cada palabra. Al terminar, Bukele lanzó otra bendición. Y se fue.

A continuación comparecieron el arzobispo de San Salvador, Monseñor Escobar Alas, que tuvo dificultades para leer un discurso gris, para el olvido. Mientras hablaba, una señora aprovechó para hacer una llamada en la que le explicaba a su interlocutor qué es lo que estaba ocurriendo: “No, ya va a terminar, ahorita está hablando el Papa”. Cuando monseñor terminó, llegó el turno del pastor evangelista argentino Dante Gebel, que supo conectar mejor con el discurso de Bukele: “República de El Salvador, me gustaría volver a bendecirte con esa promesa que Dios le diera a Moisés y a su pueblo: si ustedes obedecen los mandamientos que les he dado, serán el pueblo favorito de toda la tierra, recibirán siempre los milagros de Dios que mencionó el presidente hace un rato…”

Gebel no anduvo con tacañerías a la hora de prometer y dijo que si los salvadoreños seguimos los dictados de Dios, nuestras vacas serán las más fértiles y nuestros cultivos los más prósperos, y ya encarrerado dijo literalmente que si nos portamos bien, El Salvador llegará a ser “el país más importante del mundo”.

Los vendedores informales de El Centro llegaron a la Plaza Gerardo Barrios con carretones para recoger las bolsas de agua que quedaron al finalizar el evento de toma de posesión del presidente inconstitucional, Nayib Bukele. Foto de El Faro: Carlos Barrera
 
Los vendedores informales de El Centro llegaron a la Plaza Gerardo Barrios con carretones para recoger las bolsas de agua que quedaron al finalizar el evento de toma de posesión del presidente inconstitucional, Nayib Bukele. Foto de El Faro: Carlos Barrera

La multitud comenzó a desperdigarse por las calles del Centro Histórico, a buscar los autobuses que los llevarían de vuelta al Estadio Cuscatlán o a aprovechar el día haciendo compras de verduras o ropa en los tenderetes del Centro. Dentro del Mercado Central, el ambiente era menos religioso que en la plaza: los comedores comenzaban a llenarse, las meseras servían cervezas escarchadas y en el canal 4 daban “El club de la risa”. Cada vez escaseaban las mesas, las dueñas de los changarros estaban atentas de los clientes que hacían parsimoniosas sobremesas, para incentivarlos a seguir consumiendo o a largarse, sobre todo en los puestos que tenían vista privilegiada a algún televisor en el que más pronto que tarde ocurriría “el gran evento de hoy”, o sea, la final de la Champions League entre el alemán Borussia Dortmund y el español Real Madrid, que terminó según la predicción del conductor de Uber, que esta misma mañana me vaticinó que el Madrid aplastaría al Borussia: el encuentro terminó 2-0. Quizá sea, como me dijo él, porque el Madrid tiene cuadro.