29 de Abril de 2024

Los custodios de los huesos

  • Foto: Fred Ramos
    <p style="text-align: justify;">Una tarde de inicios de agosto de 2013, la Fiscalía solicitó al Equipo de Antropología Forense (EAF) realizar una exhumación en una finca del municipio de Cuscatancingo, al norte de San Salvador. Se suponía que de la víctima había un cuerpo entero, pero el jefe del EAF, el doctor Óscar Armando Quijano, concluyó que estábamos ante la presencia de solo el cráneo. Días antes de la exhumación, un temporal lavó la tierra, una pendiente que 500 metros más abajo desembocaba en una quebrada. Fue imposible dar con el resto de la osamenta. A veces las exhumaciones son solicitadas porque la Policía y la Fiscalía cuentan con la denuncia de un testigo criteriado que participó en los crímenes.</p>
  • Foto: Fred Ramos
    <p style="text-align: justify;">El doctor Quijano explica que la tafonomía (es decir, las condiciones del medioambiente al que se exponen los restos óseos) influye en su conservación. El cráneo de esta víctima estaba atravesado por la raíz tozuda de un árbol. Los primeros en toparse con la calavera fueron unos niños que jugaban en este terreno baldío, ubicado a menos de 15 metros de una comunidad de casas humildes.</p>
  • Foto: Fred Ramos
    William Villanueva lleva más de dos décadas trabajando con cadáveres. En el último año ha sacrificado sus días libres para apoyar al EAF. Dice haber entendido que este trabajo es importante: ellos son la clave para que un desaparecido se reencuentre con sus familias. Por eso la importancia en los detalles, como la ropa. Ellos también lavan la ropa de los desaparecidos para que exista la posibilidad de que una familia errante identifique que ese pantalón era de uno de los suyos. 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>El EAF está compuesto por un médico forense, un odontólogo forense y dos técnicos auxiliares, uno de ellos es Raymundo Sánchez, que le arranca los huesos a una melcocha humana. A este proceso se le llama “esqueletización inducida”.  No a todas las osamentas se les arranca la carne, porque el tiempo que han pasado bajo la tierra permite que la naturaleza también haga su trabajo. En los últimos dos meses, El EAF, programó 16 esqueletizaciones.</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>El EAF trabaja con lo que tiene. Para limpiar los huesos, los técnicos ocupan bisturís, mascones, y cepillos dentales. El Departamento de Patología de Medicina Legal a veces les dona aquellas herramientas quirúrgicas que han desechado de las salas de autopsias, y que ya no utilizan para tratar los cadáveres “frescos” recogidos en las escenas de los homicidios diarios.</p>
  • Foto: Fred Ramos
    <p>Los antropólogos forenses necesitan lavar y hervir los huesos para que estén completamente limpios, sin tejidos. Primero porque esto les libra a ellos de posibles infecciones;  segundo porque un hueso limpio permite que el laboratorio extraiga muestras de ADN puras para identificar esos restos. La tercera razón convierte a los antropólogos en la extensión de la lupa de un estado que investiga. Antes la falta de evidencias, los huesos revelan probables causas de muerte: costillas rotas o astilladas (vapuleados, acuchillados, baleados), falanges cortadas (se defendieron), cráneos perforados (objetos contusos, corto contundentes, balas), desprendimiento del hueso hioides en la cervical (decapitados, estrangulados)...</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>En otras partes del mundo, la limpieza de los restos óseos incluye hornos especiales con chimeneas, tratamiento con insectos (los insectos devoran los tejidos)... En El Salvador, la falta de respuesta del Estado obliga a los miembros del EAF a hacer lo que se puede con lo que se tiene. “La sopita” puede durar hasta nueve horas, dependiendo del estado de putrefacción de las osamentas. “Estos babosos ya están haciendo la sopita para el almuerzo”, es la frase recurrente que pronuncian los empleados del Instituto de Medicina Legal, un complejo en el que trabajan cientos de personas, y que comparte espacio con la guardería infantil para los empleados del Órgano Judicial.</p>
  • Foto: Fred Ramos
    <p>Raymundo Sánchez documenta fotográficamente una osamenta. Este custodio de los huesos también tatúa con plumón negro cada “huesito”, para prevenir que se extravíen o se confundan si en algún dado caso cayeran al suelo. Raymundo Sánchez conoce a qué caso pertenece cada uno de los miles de huesos que hay resguardados en el laboratorio.</p> <p> </p>
  • Foto: Fred Ramos
    El laboratorio de Antropología Forense es un cuarto –con patio- escondido al fondo del Instituto de Medicina Legal. Afuera del laboratorio hay una ladera cubierta por grama y árboles de sombra, un vestigio de lo que muchas décadas atrás fue un hermoso parque ecológico, el “Campo Marte”. A las ventanas del laboratorio suelen asomarse una parda de pesotes, escarabajos y garrobos. Raymundo Sánchez, que documenta todo el trabajo con una cámara digital, no desaprovecha para hacerla de artista cuando tiene una oportunidad. De tanto fotografiar huesos, escenas de crímenes, se le ha encendido la espina de estudiar fotografía de manera profesional. 
  • Foto: Fred Ramos
    “Este es El Marcianito”, dice el doctor Saúl Quijada. El Marcianito  es un niño de entre cinco y ocho meses que brotó de la tierra en un hallazgo fortuito. “Él también es un desaparecido, el más pequeño del país”, dice Quijada, quien tuvo que pegarle los huesos craneales  con silicón debido a que la naturaleza todavía no los había soldado. 
  • Foto: Fred Ramos
    Saúl Quijada, odontólogo forense, es uno de los fundadores de la antropología forense en El Salvador, el segundo al mando del EAF. Arrancó hace casi dos décadas, y se especializó en México, dado que en el país no existe una carrera para antropólogos forenses. En el año 2000 conoció al Equipo Argentino de Antropología Forense en El Mozote, Morazán, en una segunda oleada de exhumaciones para la causa de la masacre de El Mozote, ordenada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ellos se lo llevaron a Argentina, para capacitarlo, y desde entonces es uno de sus enlaces en el país. 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>La dentadura es el hueso más puro del cuerpo humano. Su decoloración o coloración depende del trato que en vida los humanos le dan a sus dientes. Es tan puro que los antropólogos los guardan con mayor recelo, dado que de ellos se obtienen buenas muestras del ADN de las osamentas. Las huellas odontológicas también ayudan a identificar personas sin necesidad de ADN: frenos, puentes, placas, coronas, implantes, infecciones. El doctor Saúl Quijada es quien se encarga de convertir el rompecabezas de la dentadura y el cráneo en pistas que ubiquen el sexo, la raza y la edad de las víctimas.</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>Dicen quienes lo conocen que Raymundo Sánchez, técnico forense, es un “corazonsote con dos largos brazos y dos largas patas”. Su oficina es el laboratorio de antropología, un cuarto lleno de huesos. Ahí almacena en cajas, en actas y en su cabeza los detalles de las osamentas que custodia.  Cómo él, ni los doctores, sus jefes, guardan tantos detalles sobre los huesos que estudian. Él también atiende a los familiares que buscan a sus desaparecidos y embala restos óseos para que el laboratorio les asigne un código que luego, con suerte, se convertirá en un nombre y un apellido.</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>El doctor Óscar Armando Quijano es el jefe del EAF desde 2006. Estudió medicina en la Universidad de El Salvador en los ochentas, y “a la brava” aprendió sobre autopsias. En la guerra había muchos muertos y pocos maestros para orientar a los nuevos forenses. Quijano es catedrático en varias universidades de El Salvador, y al igual que el doctor Quijada, su amigo, también se ha entrenado con Clyde Snow, estadounidense, uno de los antropólogos más respetados del planeta, padre del Equipo Argentino de Antropología Forense. En la foto, cajas llenas de huesos hacen las veces de pilares para una mesa de estudio. En esas cajas descansan los restos de 17 personas masacradas en El Mozote, hace más de 30 años.<strong> </strong></p>
  • Foto: Fred Ramos
    <p>El doctor Óscar Quijano siempre bromea. Siempre. El laboratorio de Antropología, el cuarto de los huesos, cobra vida gracias a sus bromas. Y es él quien, luego de las risas, también llama a la seriedad.  A Raymundo Sánchez, siempre que lo agarra desprevenido, le pellizca los pellejos de las costillas. El doctor Saúl Quijada, un hombre menos bromista y más reflexivo, explica que en Estados Unidos y  México hay fuertes debates sobre los riesgos laborales a los que se exponen los médicos y técnicos forenses. Trabajar al lado de la muerte puede traer serias consecuencias sicológicas. El equipo intenta apaciguar el estrés laboral con bromas, y cada quien, fuera del trabajo, con ejercicios y recreaciones.</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>A principios del año, en una exhumación realizada a las riberas del Lago de Ilopango, un espejo de agua de origen volcánico, a 30 minutos de la capital, los antropólogos encontraron a “El Chupacabras”. En  realidad lo que encontraron fue el cráneo blanco hueso de un perro, extraviado muy cerca de la fosa en donde rescataron tres osamentas humanas. La calavera del perro permaneció intacta hasta que a mediados de agosto el Equipo decidió mutarla y bautizarla. Es su mascota.</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>En el último año,  el laboratorio del EAF ha estudiado, en promedio, 2.5 osamentas por semana. Dicho así parece poco, pero en esa estadística no está incluido el resto del trabajo: preparación de informes, atención a los familiares de desaparecidos, 28 restituciones, atención de policías y fiscales, esqueletizaciones, embalaje de pruebas, exhumaciones, entrevistas a familiares de las víctimas, entrevistas a familiares de migrantes desaparecidos en la frontera sur de Estados Unidos, para encontrar detalles que hagan match con las osamentas que están allá, en morgues al otro lado del río bravo…</p> 
  • Foto: Fred Ramos
    A diferencia de la morgue, recién modernizada, el laboratorio de Antropología sufre terribles carencias y hacinamiento de huesos. Victoria de Lemus, técnico en radiología, dispara sobre un cráneo para que los antropólogos puedan descartar residuos de plomo en su interior. Así los antropólogos pueden descartar que las víctimas fueron ajusticiadas con armas de fuego. Hecho esto, el cráneo y el resto de los huesos son estudiados a fondo para encontrar en sus fisuras, algunas tan pequeñas como el ovillo de una aguja,  las probables causas de muerte. 
  • Foto: Fred Ramos
    <p>La cuna del EAF es este cuarto escondido en el sótano del palacio de justicia de la ciudad de Santa Tecla, La Libertad. Está inundado por osamentas que datan desde 1997: más de 400 cajas y 100 bolsas de cartón llenas con huesos. Hay huesos de masacres cometidas en la guerra y de la violencia común. Antes del EAF, el Estado enterraba a las osamentas como “no reconocidos” en fosas comunes. Desde que EAF fue trasladado hacia San Salvador, en agosto de 2012, este cuarto ha permanecido cerrado, bajo llave. La humedad, el hongo sobre los huesos, se está apoderando de todo. Si el país continúa con la misma racha, muy pronto el nuevo cuarto de los huesos también terminará sobrepoblado.</p>
En El Salvador, los asesinos esconden a sus víctimas enterrándolas en maizales, cafetales, cañaverales o terrenos baldíos. A veces, incluso, en una canchita de fútbol o en el patio de una casa. En busca de los huesos va un cuarteto de hombres: el Equipo de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal. Desenterrados sus tesoros, los limpian, los estudian, les platican, les ríen, los penan. Su trabajo es ayudar a desenmascarar a los asesinos pero, sobre todo, regresarle la identidad a los huesos para que se reencuentren con sus familias.
Publicada el 23 de Septiembre de 2013
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