El problema del espejo
Una bitácora de Sergio Arauz
Publicado el 22 de Febrero de 2012
Con una crítica reflexión desde las bambalinas del oficio periodístico, Sergio Arauz nos deja asomarnos al lado menos iluminado de la política donde suceden muchas cosas que no se dicen con la grabadora encendida.

— Mire, aquí todo se arregla con llamadas, con reuniones, con dádivas o regalos.
—¿A usted qué le han regalado?
— Una vez me mandaron un equipo de sonido... eso por decirle una baratija. Otra vez me sugirieron ponerle unos ceros a un cheque para que yo...
—¿Qué paso?
— Fue a través de un tercero, no le cuento en detalle porque ya sería una acusación muy concreta.
— Ese es el problema magistrado.
— Yo no soy el problema, el problema es que a diario todos los demás aceptan. Desde un viajecito, un televisor y hasta cantidades de dinero que usted no se imagina.
— El problema es que no me da su nombre, ni su cara, ni denuncia a la persona que le sugirió cometer un claro acto de corrupción.
— Es que no se puede. Es un círculo vicioso.
— Ese es el problema.
— ¿El qué?
— Que usted no denuncia, que yo no lo grabo ni lo denuncio por no denunciar.
— Es que mire, si usted es probo y denuncia corrupción tiene que hacer casi una investigación detectivesca para llegar hasta el final.
— Ve, ese el problema, nadie empieza por algo.
— Algo de responsabilidad tenemos.
— El problema somos todos.
— Es complicado.
— Es cobardía.

Es una plática casi cotidiana, así sin nombres ni detalles, que seguramente más de algún periodista salvadoreño ha tenido en más de alguna ocasión, con otras variantes y otros detalles que tampoco revelará.

Diputados y ex diputados, magistrados y ex magistrados, presidentes y ex presidentes platican con periodistas a diario. Y es así que detrás de la cámara, con la grabadora apagada, o con la libreta en el bolsillo recibimos y acumulamos esa basura que abochorna, por decir una baratija.

Los teléfonos de los funcionarios de los tres poderes del Estado reciben a diario llamadas de "personajes influyentes" tratando de influir –casi siempre con éxito– en decisiones, elecciones, procedimientos, investigaciones. El problema es que ellos, funcionarios que elegimos directa o indirectamente con nuestros votos, son nuestro espejo.