Un día de mercado con algunos errores
Una bitácora de Mauro Arias
Publicado el 27 de Febrero de 2012
El editor de fotografía de El Faro dice que su fuerte es tomar fotos. "Pero a veces es necesario decir un par de palabras para describir lo que se ven en las campañas electorales", dice, y así nos lleva de paseo por el laberíntico centro de la capital salvadoreña.

Comunicado de prensa: Este miércoles 23 de febrero, Jorge Schafik realizará un recorrido por el pabellón #5 del mercado Central (Con"m" minúscula en el texto original), la actividad se llevará a cabo de 10:00 A.M. a las 1:00 P.M.

Si todos los caminos conducen a Roma, ¿Cómo hago para llegar al Mercado Central?

La 5a avenida Sur frente a la esquina nororiente del Mercado Central de San Salvador. Foto Mauro Arias
 
La 5a avenida Sur frente a la esquina nororiente del Mercado Central de San Salvador. Foto Mauro Arias

9:45 A.M. Tratando de llegar al mercado, tomo la 4a. calle poniente a la altura del Parque Bolívar y voy rumbo al centro. Me distraje y me quedó atrás la 13a. avenida sur, en la que debía doblar a la derecha para llegar al cementerio, bajar por el pasaje Acosta, pasar por las carboneras y seguir hasta cientos de puestos callejeros para encontrar entre ellos la entrada al parqueo subterráneo del Mercado Central.

En vez de retornar al camino conocido, pruebo otro. Bajo dos cuadra más hacia el oriente y cruzo a la derecha para meterme en un callejón que yo suponía me llevaría a la 7a. avenida sur que pasa al costado poniente del mercado. Bien sé que la 7a. está tomada por vendedores ambulantes. Incluso a pie es difícil pasar. Pero en otras ocasiones ya había pasado en carro, lentamente y con mucha paciencia esperando que un pick up o camión a media calle (media calle es lo que queda libre al centro de los dos carriles) descargue su mercancía frente a algún negocio. Decidí enfrentar el reto de pasar por ese callejón cuyo nombre no conozco ni quiero conocer.

El panorama mandaba chorreras de advertencias visuales; el callejón en el fondo se quiebra en un ángulo incalculable y su estrechez se acentúa por la mercancía, basura, vendedoras ambulantes con carretillas acompañadas de sus hijos pequeñitos sobre el pavimento. Pasé con cuidadito. El pasaje me guiaba a la izquierda hacia la desembocadura, efectivamente, en la 7a. avenida sur. Pero para decepción mía, el paso era imposible. Estaba bloqueado por canastos con verduras y frutas (alcancé a distinguir aguacates), bancas, sombrillas, y un montón de señoras grandes con las cuales no deseaba, en lo más mínimo, entrar en conflicto para pasar. No es mi territorio, ni de la ciudad, ni del alcalde. Es de ellas. Además fui yo el que cometió el error de pensar con cierta ingenuidad que un callejón en el centro de San Salvador es para que pasen los carros. Para salir del callejón no había otro remedio que retroceder. Se dice fácil, pero para un mal conductor como yo significaba un reto si no quería pasar sobre los cayos de alguien, evitar atropellar a algún niño, no pasar botando escobas al mayoreo, planchas, cajas con papel higiénico y qué sé yo. Para mí eran rocas que al caer podrían dejarme atrapado, lejos de la vista del mundo y en manos de comerciantes malhumorados. Una situación de pesadilla. En la primera bodega abierta traté de meter el trasero de mi auto para seguir de frente y olvidarme de mi acto de doble de película. Tuve que maniobrar varias veces para no golpear unos muebles de cocina hechos con tubos metálicos, obviamente en vitrina sobre la calzada. El auto golpeó el chasis sobre la rampa de la bodega porque la cuneta era un verdadero obstáculo, algo así como un Cañón del Colorado lleno de agua de color grisáceo, de esa que abunda en las cunetas del centro histórico y que le dan un olor característico de vieja podredumbre orgánica de pantano. Al final logré salir de ahí para buscar el camino conocido.

Buscando y esperando al candidato

10:15 A.M. Llego al parqueo subterráneo del Mercado Central. Voy tarde a la convocatoria. Pregunto a un agente del CAM cómo llego al edificio 5 y me contesta que, para ser sincero, no sabe. Subo unas gradas del sótano y me encuentro en el edificio número 10. El Mercado Central abarca un área equivalente a seis canchas de fútbol. Preguntando encuentro el camino en diagonal a través de las entrañas del edificio. Me llama la atención un pasillo lleno de ventas de pescado. Administraciones pasadas han cedido los pasillos para sacar vendedores de las calles y ganar votos. Se ve el mismo hacinamiento que en las calles aledañas. Los pescados, en casi todos estos puestos, lucen poco frescos y el olor es fuerte. Me apuro; podría estarme perdiendo de una buena foto del candidato en ese preciso momento.

10:30 A.M. Llego al edificio número 5. Acá cohabitan puestos de carne, de chorizos, de medicina natural, de especies, de canastos, de alfarería popular y otros. Recorro los pasillos y del candidato ni un rastro. Es fácil ver los extremos de los pasillos del edificio, no hay muchos clientes. Más bien casi no los hay. En el último me encuentro con un grupo de jóvenes vestidos de rojo que andan de puesto en puesto explicando el plan de la financiera que el candidato del Frente ha sacado como un arma para tratar de alcanzar al alcalde Quijano en la brecha que los separa. Les pregunto si saben dónde está el candidato. Dicen que viene en camino. Platicando con ellos me entero de que son estudiantes de la Universidad Nacional, de la carrera de Relaciones Internacionales y están trabajando para las elecciones apoyando al FMLN.

10:40 A.M. Aprovecho el tiempo, y compro una horchata en un puesto de esquina. Me siento en unas bancas de madera pulida y lustrosa por el uso. Forman una especie de espacio público para los clientes. Hay tres hombres sentados tomando frescos, de unos 70 años todos. De los tres solo dos platican como amigos de hace mucho tiempo. "Eso de los préstamos no es nuevo, eso Valiente lo prometió, pero igual perdió", dice en tono algo enfadado, uno de los amigos. Le sobresale del bolsillo del pantalón un llavero en forma de corazón con la bandera del partido Arena. "Usted siempre ha sido de Arena y nadie lo va a convencer de que esto es bueno", le contesta su interlocutor, un señor con cara de bonachón y bromista. "¡No! Primero era del PCN y después de Arena". "¡Ya ve! Si es lo mismo". La fresquera les recuerda amablemente que no se pongan a discutir, que después van a salir peleándose. Solo se trata de una conversación, les recalca como una madre, a pesar de que es mucho más joven que sus clientes. Luego hay una discusión sobre el alto precio del gas. El de derecha dice que vale 20 dólares y el de izquierda que no, que 15 dólares.

10:50 A.M. Me termino la horchata. No estaba tan buena. Mucho hielo y poco sabor. El candidato aún no llega y para sondear las preferencias ideológicas de las vendedoras y vendedores, doy una ronda preguntando en varios puestos cuáles son los mayores problemas que enfrentan en sus negocios y vida. Casi todos coinciden en que quisieran mayor afluencia de compradores y culpan a los vendedores que venden en la calle de estar asfixiando al Mercado Central al robarles clientela. La cosa va empeorando cada año. Así de simple. No se quejan  de los usureros. No se quejan de la inseguridad que les obliga a pagar el servicio de todo un regimiento de agentes privados. Ni se quejan mucho del alza de los impuestos en el mercado. "A mí me da lo mismo quién sea el alcalde, con tal que se vea que trabaja bien. Nuestras vidas no dependen de ellos, sino que de nuestro trabajo", dice una vendedora de peroles de lata. Vende uno impresionantemente grande para tamales. Se me olvidaba un detalle, todas las que están en el mercado desde su inicio en 1975 aman a José Napoleón Duarte, a pesar de que él fue quien inició el proceso ceder calles a los vendedores ambulantes.

Guadalupe de Girón arregla el tecomate. Foto Mauro Arias
 
Guadalupe de Girón arregla el tecomate. Foto Mauro Arias

11:36 A.M. Con las pláticas, el tiempo transcurre más rápido y se aprenden nuevas cosas. El candidato sigue sin aparecer. Llego al puesto de Guadalupe de Girón. Vende dulces para piñatas. Está preparando un arreglo que consiste en un tecomate, piñas de pino y una foto de Jorge Schafik. Le está poniendo un listón rojo. Sin duda, es la vendedora del edificio 5 que más emocionada se muestra por la visita de Hándal. Al pedirle permiso para fotografiarla, pide prestado un sombrero rojo con una calcomanía del FMLN para que nadie dude de su afiliación. "Nosotras vamos a dar el voto por Schafik", dice Guadalupe, en plural, pues habla también por su hermana. "Nos arriesgamos a perder porque en las encuestas no estamos bien". Su amor al FMLN lo heredó de su difunta madre, al igual que el puesto en el mercado. Cuando Schafik padre fue candidato a alcalde después de la guerra (en 1994), llegó al mercado a pedir votos. Toda la gente le tenía miedo. "Solo mi mamá lo recibió con los brazos abiertos y también le regaló un tecomate". Me muestra una foto de Hándal en la campaña presidencial de 2004, que cuelga ya algo desteñida de una pared.

12:04 A.M. "Ahí viene. ¡Qué emoción!", grita Rosa María Lainez, otra simpatizante que corta así mi conversación con Guadalupe. Llega el candidato. Cuando me incorporo al séquito de Jorge Schafik Hándal veo que está formado por Eduardo Linares, ex jefe de la inteligencia del Estado y otros dos candidatos a consejales. Hay también un líder de vendedores, dos agentes de la PNC, unos hombres con radios y chalecos, voluntarios juveniles armados con banderas de la Brigada Comandante Simón (Simón era el seudónimo que usaba en la clandestinidad Schafik Hándal padre) y dos guardaespaldas en guayaberas ya no tan juveniles. El candidato platica con una vendedora que vive en San Marcos. Ella se queja de que el alcalde de su domicilio, Fidel Fuentes, del FMLN, solo trabaja cuando vienen las elecciones. El candidato responde con algo sobre los escasos fondos de las municipalidades y del MOP y le regala un lapicero rojo, una pulsera de tela y un folleto sobre la plataforma legislativa de su partido. En las primeras conversaciones, el candidato se toma su tiempo para escuchar las quejas. "A ese ritmo, va a terminar en 5 horas esta visita al 5", me digo a mí mismo. En todo el mercado, sin contar a las ventas callejeras que lo agobian, hay 12 mil puestos. Si Jorge Schafik hablara 5 minutos con cada vendedora o vendedor, tardaría mil horas en recorrer el mercado, es decir, 125 jornadas de 8 horas de trabajo sin descanso.

La llegada tardía hace que el paso de la visita se acelere, dejando varios puestos sin visitar. "Se parece un montón a su papá", le dice una vendedora. "Es para que no me negaran", contesta bromeando el candidato, que continúa repartiendo calendarios, plataformas electorales impresas en un diseño que parece costoso. Los lapiceros ya se le acabaron. Tampoco hay más de los codiciados delantales, pero sí algunas camisetas. La repartición y echar algunas críticas a su contrincante Norman Quijano no le dan tiempo de preguntar sobre las necesidades con las que luchan a diario las vendedoras. El candidato dice que, a diferencia de Quijano, su propuesta de gobierno se centra en la gente y no en parques, bóvedas ni buses. Pero no muestra mucho interés en escuchar a la gente. Lo único concreto en sus promesas para los intereses inmediatos de las vendedoras es una mayor presencia del CAM dentro del mercado y la financiera municipal. Pero ni una palabra de consuelo para saber cómo hará para descongestionar los accesos difíciles para que los usuarios no sufran tanto para llegar.  "Todos son iguales, Valiente, Silva, Zamora, la Violeta y Quijano. Solo se asoman cuando hay elecciones después se olvidan de uno", dice un carnicero a su compañera de puesto.

 

2:15 P.M. Se asoma el fin de la visita. Un aspirante a concejal para el sector mercados se ha olvidado hace tiempo de seguir a Hándal para presentarse. Se ha comprado un mango verde con alguashte para aplacar el hambre. Pero el candidato aún atiende a algunos seguidores y de penúltimo a Guadalupe, en su dulcería donde le entregan el tecomate arreglado. Luego le pasan a un bebé babeado para que lo chinee y se larga. Todos en el séquito parecen contentos de ir a almorzar. Me retiro. Paso por la zona de los comedores y pienso en alimentarme ahí. Rero una hola de agua gris, parecida a la de las cunetas de los alrededores, sale por el piso de un puesto de comida donde se está haciendo limpieza y me convence, de un solo golpe, de que en realidad ya no tengo hambre. Pagué por el parqueo 2 dólares (50 centavos por hora o fracción), lo mismo que me hubiera costado un almuerzo, lo mismo que pagué por un dulce de atado y 65 jocotes que compré para aprovechar mi visita al Mercado Central.

Una integrante de la Brigada Comandante Simón (Simón era el seudónimo en la clandestinidad del padre del candidato a alcalde, Schafik Jorge Hándal) coloca una calcomanía en un puesto de carnes donde otros candidatos ya dejaron huella.
 
Una integrante de la Brigada Comandante Simón (Simón era el seudónimo en la clandestinidad del padre del candidato a alcalde, Schafik Jorge Hándal) coloca una calcomanía en un puesto de carnes donde otros candidatos ya dejaron huella.