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EXTORSIÓN
Los bichos gobiernan el Centro
Óscar Martínez / Fotos: Mauro Arias | 15 de Mayo de 2015
Ilustración de Sebastián Sarti

En esas 250 cuadras a las que llamamos Centro de San Salvador, quienes deciden dónde venderá un vendedor, cuánto pagará y cuándo deberá irse, son las pandillas. Cinco clicas de la Mara Salvatrucha y una tribu del ala Revolucionaria del Barrio 18 son el gobierno del Centro. Incluso el ex alcalde Norman Quijano acepta que para entrar a ciertas zonas tenía que pedir permiso a los pandilleros dueños del lugar. Se disputan cuadra por cuadra y, con diferentes modalidades, cobran a los más de 40 mil vendedores que cada día se mueven en el corazón de la capital.

La primera persona a la que busqué para esta investigación llegó engañada al lugar de la reunión.

De no haber sido por el engaño, no habría llegado. La breve reunión en un restaurante de comida rápida del Centro de San Salvador terminó con su frase: “No tuvimos que habernos reunido. Mucho menos aquí. De haber sabido, no habría venido. Solo estar aquí puede ser un problema con los bichos”.

Nos conocemos desde hace más de 10 años. Es un líder de vendedores informales del Centro. Él y otros como él forman la directiva de su asociación. Son líderes que le dicen qué hacer a cientos de esos hombres y mujeres que saturan estas 250 cuadras a las que consideramos el Centro de la ciudad. Esos líderes le dicen a esa gente dónde venderán y cuánto pagarán por tener ese lugar para vender. Le dicen a esa gente cuándo reunirse. A veces incluso le dicen por quién votar. En muchos casos le dicen las urnas de qué partido político cuidarán. Y esos líderes también protegen a esa gente. La protegen de que los vendedores de otros líderes no le quiten su pedazo de acera. La protegen, sobre todo, de que la alcaldía o el gobierno no hagan cumplir las leyes y los saquen de su pedazo de acera. Durante años, más de 15 años, esas asociaciones y esos líderes han dicho quién vende dónde en el centro. Y han cobrado por decir eso.

La reunión no la pacté yo. Le pedí a otro líder de esa misma asociación que llamara al líder con el que yo quería hablar. El líder al que yo le pedí el favor le mintió al otro líder. Le dijo que yo quería hablar de cosas generales de los vendedores. Yo supe eso minutos antes de que entrara el líder engañado, cuando el líder que mintió me dijo por teléfono: “Soltásela al suave, que no sabe de lo que querés hablar. Si le contaba, no llegaba”.

Yo, sentado a una mesa de restaurante en medio del Centro, cuando no entendía nada del eficaz control de los bichos, guardé mi libreta, guardé mi lapicero. Supe que no sería una de esas citas donde uno anota en el momento. Afuera, el mediodía. Afuera, los carretones bloqueando los carros parqueados al lado del restaurante. Afuera, el engaño: la ilusión de que ese montón de mujeres con delantal y ese montón de hombres sudados y niños y niñas y canastos y dulces y basura y olores y gritos y carros y pitos es un caos. El Centro no es un caos. Lo parece nada más.

Hablamos un poco de otras cosas y luego al punto. La conversación que yo buscaba no fue una conversación. Yo dije cosas. El líder de vendedores me miró y miró hacia atrás. Miró a la gente que entraba. Serio. Y ya no dijo nada sino hasta casi el final. Le pedí que me ayudara a hablar con vendedores de su asociación que vivieran bajo el yugo de las pandillas y que pagaran extorsión. Le pedí que me ayudara a entender cuánto se pagaba y cada cuánto se pagaba.

El líder respondió. “Nadie te va a hablar”.

Seguí hablando. Dije que cuando entre 2003 y 2006 cubrí como reportero de otro periódico el Centro, las pandillas no eran poderosas por acá. Le recordé que ellos, los líderes, mandaban. Le recordé una frase de uno de los líderes que publiqué como titular de una entrevista. “Si entra un pandillero al Centro, no sale”. Le pregunté si las cosas seguían así.

Me miró. Me dijo que no fuera tonto, que no me metiera en eso. Y luego dijo aquello de que de haber sabido no habría venido.

En el Centro todo está medido. Las palabras también.

 

* * *

Tres líderes de vendedores —todos extorsionados—. Siete vendedores informales —todos extorsionados—. Cuatro vendedores formales —todos extorsionados—. Un miembro de la pandilla Barrio 18, de su tribu Raza Parque Libertad —que extorsiona en el Centro—. Un miembro de la Mara Salvatrucha, de una clica que acordé no mencionar —que sabe cómo se extorsiona en el Centro—. Norman Quijano, ahora exalcalde de San Salvador —alcalde cuando lo entrevisté—, que reconoce haber cancelado proyectos, haber cancelado visitas cuando los pandilleros han querido. El jefe del Distrito Uno, Mario Serrato. Tres mandos militares que dirigen las operaciones en el Centro. Un policía en una escena de homicidio en el Centro. Un jefe policial encargado del Centro. Después de hablar con todos ellos entiendo que el Centro no es un caos. Su orden es estricto. 

A veces, nos da por llamar caos a aquello que no es administrado por las reglas de lo que “debería ser”. Se supone que un gobierno y una alcaldía cobran sus tasas municipales y sus impuestos. Se supone que a cambio mantienen las aceras libres y el tráfico ordenado. Se supone que si alguien, por ejemplo, asesina a otro, un policía asiste formal, sin miedo, a cumplir su deber de custodiar el cadáver y averiguar qué pasó. Se supone que si esas cosas no pasan, lo que ocurre es un caos.

Se supone que esta marejada de gente que grita de 5 a 7 es un caos.

Pero el caos es confusión, desorden, comportamiento errático e impredecible. Entonces, el Centro no es un caos.

Esto es un orden.

Esto es un orden criminal. Un orden que cambia dependiendo de la zona y su administrador. Y aquí, los que administran ese orden solo son dos: El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha 13. Las reglas no están escritas en ningún papel, pero son asumidas como si estuvieran talladas en piedra.

Regla número uno: Ver, oír, callar.

Los vendedores que han aceptado hablar para esta crónica son violadores de la regla. Infractores del orden. A cambio, piden algo: anonimato. 

Conozco muchas calles, muchos lugares precisos, muchas fechas, muchos apodos y nombres y delitos que no podré revelar con precisión, porque haría muy fácil la tarea de identificar a los vendedores anónimos. Habrá que sacrificar detalles para poder contar el panorama. Así es esto.

Reglas del Centro. Reglas del país.

* * *

Pollo Campero. 4a. Avenida Sur y Calle Delgado. Centro Histórico de San Salvador. Primeros días de febrero de 2015.

El Centro tiene su propia música. Esa música es un sonido sobre otro sonido sobre otro sonido. Esos sonidos que estaban destinados a no encontrarse lo hicieron aquí. Ricky Martín y el grito de una vendedora que más que grito es como un pito. Reguetón contra Armando Manzanero sobre una escena donde varios minions amarillos y chillones dicen cosas. Y los carros, con todos los ruidos que pueden hacer: pitar, rumbar, trastabillar…

Frente a mí, un vendedor de cedés. Hablamos en voz baja adentro del restaurante. El vidrio del restaurante no puede contener todas esas voces. Tenemos a una familia en la mesa de atrás. La mesera nos ofrece café una y otra vez. Susurramos. No queremos que nos escuchen. No queremos asustarlos.

El vendedor de cedés habla conmigo porque un colega que lo conoce desde hace años le pidió que lo hiciera. El vendedor de cedés habla conmigo porque es valiente. Porque muchos amigos míos conocen a gente que vende en el Centro y les preguntaron si podían hablar sobre pandillas con un reportero amigo y las respuestas fueron negativas. A un amigo mío que intentó hacerme ese favor, una vendedora le dijo que era “un cerote” y que la metería en un problema.

El vendedor de cedés vende cedés en la zona de la Plaza Libertad. Su gobierno es la tribu de los Raza Parque Libertad, una de las primeras del Barrio 18 en surgir en El Salvador. El vendedor de cedés vende en una de las áreas que antes dominaba a totalidad la Asociación de Vendedores Predio exBiblioteca, dirigida por un hombre célebre en estas calles: Pedro Julio Hernández. Si alguien teclea su nombre en Google, aparece él. Lo último que trascendió a nivel nacional es que a Pedro Julio intentaron asesinarlo dos sicarios que se bajaron de una moto en Apopa, donde él vivía, y le asestaron seis disparos a principios de mayo de 2014. Uno de esos disparos le rozó el cráneo, pero no lo mató. Pedro Julio sigue ahí. Y, por supuesto, no acepta hablar de temas como estos.

Apopa es un municipio del área metropolitana de San Salvador y es bastión de una de las facciones del Barrio 18: Los Revolucionarios. Todas las cuadras donde Pedro Julio ordena y dispone a los vendedores de su asociación son controladas también por Los Revolucionarios, por la tribu de los Raza Parque Libertad. Y una tribu, como una clica para la MS, es un subgrupo dentro del grupo criminal.

En esta zona, entre esta pandilla, bajo el signo de esta asociación, vende cedés el vendedor de cedés.

Hay obviedades que no vale la pena decir. La diré solo una vez: cedés piratas.

—Aquí estamos organizados cuadra por cuadra. La primera vez que sentimos el zocón fue cuando los de la directiva, en diciembre del año pasado, nos dijeron: “Vamos a colaborar para una fiesta a la que no vamos a ir y vamos a comprar unas luces que no vamos a poner. El que no entienda va a tener que hablar con los bichos directamente”. Todos entendimos. Tuvimos que colaborar. Yo puse dos dólares. Se tenían que reunir 500 (en su cuadra). Aunque antes, los bichos se habían reunido con la directiva (de la asociación) y habían llegado a un acuerdo de que a los vendedores no los iban a tocar, que no iban a llegar ellos a pedir el dinero, como lo hacen allá arriba, en La Peatonal.

* * *

La palabra zocón es puro caló salvadoreño. Un zocón es el efecto ocasionado cuando, de súbito, se aprieta un cuerpo. Zocón significa zocar algo, pero con brutalidad, haciéndole daño.

Ninguna de las personas con las que hablé sitúa el zocón de las pandillas en el Centro antes de 2011. La mayoría sitúa ese zocón luego de 2012. La mayoría coincide, y la mayoría incluye a un alcalde y a un vendedor de cedés.

* * *

—Ese que acaba de pasar es bicho de aquí abajo. Así andan, con la bolsita de dulces.

Lo que el vendedor de cedés me acaba de decir mientras comemos un desayuno en el Pollo Campero es que el muchacho huesudo, de no más de 25 años, que pasó caminando al otro lado del vidrio es un miembro de Los Revolucionarios. Pasó rápido. Llevaba, colgando de su antebrazo, dos tiras de paletitas de dulce.

En jerga pandilleril, ese huesudo era una antena de la pandilla. Un poste es alguien que vigila quieto a la entrada de una colonia, en un puesto fingiendo ser vendedor. Una antena camina, busca.

El vendedor de cedés, justo unos minutos después de decir que colaboró para aquella fiesta que no existió, dice que él es un privilegiado. “Porque aquí han llegado a un acuerdo los de la directiva del predio con los macizos de la pandilla. Aquí no es como allá arriba”.

Allá arriba es la zona Emeese. Allá arriba es después del Teatro Nacional, un bello edificio de estilo renacentista francés afuera del que puedes comprar por 0.75 dólares yuca frita con curtido o mango verde con alguashte. Allá arriba, lo que parece lejano, otro país, es lo que ocurre a tres cuadras de este Pollo. A tres minutos caminando.

El Centro es un laberinto. Es varios laberintos. Andás unos pasos y las reglas son otras.

Los vendedores de esta zona, los que han levantado con lámina y madera sus puestos en la calle, aún pagan un dólar diario a la asociación. Lo pagan en concepto de vigilancia y directiva. Los vigilantes son hombres con garrote. Particulares con garrote. Mímica pura. Aquí quien gobierna, asalta o decide dejar de asaltar son los Raza Parque Libertad.

En fin, aquí se paga algo a la pandilla en Semana Santa, en Navidad, en vacaciones. Una especie de bono vacacional para los bichos. Y eso se paga en concepto de gratitud por no ser tan malos como podrían ser. O más bien, se paga como gratitud por tener el control y no usarlo de forma más despótica. O, si quieren, se paga como agradecimiento por proteger la zona de los que son peor que ellos.

—Aquí de algún modo pagás, pero si un pandillero llega a mi puesto a pedir algo, estás en el derecho de llegar a decirle al palabrero que te pidieron dinero. Llegan donde el bicho ese y le dan verga. Estamos un poco más tranquilos.

El palabrero no es un hombre escondido en un sótano. El palabrero es El Narizazo —lo saben todos los vendedores de la zona con los que hablé—. Si yo salgo del Pollo Campero y camino una cuadra hasta el Parque Libertad, y cruzo a la izquierda una cuadra más por los portales de la 2a. Calle Oriente, y una vez en la esquina vuelvo a cruzar a la izquierda y camino una cuadra y me paro en esa esquina, solo tendría que girar mi cabeza hasta encontrar el puesto más grande de cedés. Un puesto que son dos puestos juntos. El hombre narizón que está adentro de ese puesto con la música a todo volumen es El Narizazo. El palabrero. El gobernante de este pedazo de capital.

—Allá arriba –continúa el vendedor de cedés— pagás 10 dólares semanales. Allá arriba un mayorista paga 100 dólares semanales, y les regalás lo que te pidan. Allá los bichos emeese llegan de otras partes, salieron como de la nada. Aquí, en cambio, son hijos de vendedores muchos de ellos. Bichos que crecieron aquí y hoy se creen la divina verga.

Los vendedores informales —los que tienen un puestecito, no los mayoristas— son gente que viaja en bus cada día desde los municipios periféricos, que vive en casas del Fondo Social para la Vivienda que cuestan 100 dólares mensuales. Son gente que vive en zonas de pandillas. Son gente que, cuando ocurre algo especial como un cumpleaños o una Navidad o un fin de año, se dan el lujo de pedir una pizza o pollo o hamburguesas. Son gente a la que no le sobran 10 dólares semanales.

La cuestión es que el dominio de los pandilleros no es algo que solo afecte a los vendedores porque les arranca dinero del bolsillo, sino también porque impide que algunas monedas lleguen a esos bolsillos.

—La gente de aquí no puede subir allá arriba. Yo, cuando paso, solo paso rápido, no me quedo platicando, porque ya sería para que me interroguen. Si sos de acá abajo y te ven hablando con un vendedor de allá arriba, ya tenés problemas. Por ejemplo, las cocineras del Predio ExBiblioteca (la plaza que da el nombre a la asociación de este lugar) ya no pueden ofrecer comida arriba del Teatro Nacional. Y a cualquier bicho raro que pase, lo agarran, lo meten al predio, le pegan y luego…

 

 

* * *

El Centro es un laberinto. El Centro es varios laberintos.

Un vendedor joven, digamos de menos de 30 años, que venda, digamos que en zona de Los Revolucionarios, tendrá que aprenderse las calles por las que puede caminar. Tendrá que entender que para salir a una de las grandes vías, la Alameda Juan Pablo II o el Bulevar Venezuela, no deberá caminar en línea recta, sino que calle por calle, bajo el dominio de los bichos que lo gobiernan. Y, sin embargo, cada día 1 millón 200 mil personas caminan estas cuadras para ir y volver de sus trabajos. 

Aquí hay fronteras, como entre los países. Si cruzás una de las que no tenías que cruzar, muy probablemente alguien te pida tus documentos o, en el peor de los casos, te meta un tiro en la cabeza.

* * *

Zona Real. Fuera del Centro de San Salvador. 6 de febrero de 2015.

Frente a mí, un pandillero de la Raza Parque Libertad.

—Aquí cada quien se mueve en su propio laberinto.

Él lo sabe. Él custodia sus fronteras. Él tiene más de cinco años de moverse con su tribu en la zona de la Plaza Libertad. Es miembro de la tribu Raza Parque Libertad.

Para él no solo el Centro es un laberinto. El país lo es. El Centro es solo un laberinto más intrincado. De hecho, estamos en la Zona Real porque es controlada por sus colegas pandilleros. La Zona Real es una cuadra de bares deportivos que está a un costado del hotel Camino Real, un cinco estrellas, célebre porque albergó a los más reconocidos reporteros internacionales que vinieron a El Salvador a atestiguar cómo nos exterminábamos durante la guerra civil.

El pandillero aceptó hablar porque, en primer lugar, es una mentira que los pandilleros no quieran hablar. La mayoría quiere, como todo el mundo que cree que tiene algo fascinante que contar. Aceptó hablar también porque un amigo en común facilitó las cosas. Por supuesto, él no develará todos sus secretos en la primera conversación.

—En el Centro hay zonas donde la división son pasajes o aceras.

Hace unos pocos días me enteré de la cercanía de la vecindad. Si desde el Predio ExBiblioteca uno camina dos cuadras y media hacia Catedral, a su izquierda tendrá el Teatro Nacional. El Teatro es la frontera. Es más, la mitad del Teatro es la frontera. De la mitad para abajo se asolean los vendedores que están bajo el gobierno de los Raza Parque Libertad. De la mitad del Teatro para arriba lo hacen los que están bajo el yugo de la clica de los Centrales Locos Salvatrucha, de la MS. Que eso es una frontera no es relativo. Hace solo 25 días los pandilleros de la MS atacaron y persiguieron a balazos a los vendedores que estaban rozando la frontera invisible, la mitad de la cuadra, de la puerta del Teatro para abajo. Lo que los bichos dicen.

En el país hay varias comunidades donde ocurre que una calle divide a unos de otros, pero en el Centro eso ocurre cada tres cuadras, cada dos medias cuadras. Esto es como El Salvador en miniatura, y El Salvador ya es una miniatura.

El pandillero se referirá a los miembros de la MS como “los mierda”.

—Nosotros solo en diciembre pedimos aguinaldo. No cobramos más. Los mierda piden semanal. Nosotros podemos pedir (a un bar) dos cajas de cervezas al día, pero hasta ahí. Sacamos más dinero de la droga. Cinco dólares el toque (de cocaína). Se vende de mañana, tarde y noche y todo el desvergue se maneja en los chupaderos.

Ni siquiera la administración del Distrito 1, la oficina administrativa municipal que se encarga del Centro, tiene idea de cuántos chupaderos hay en el Centro. Algunos de esos bares populares se registran como negocios de cualquier otro tipo. Algunos son en realidad burdeles. Por un dólar podés tomarte casi un litro de cerveza con algo de picar, y por 5, 6 o 10 dólares podés tener sexo. Incluso por 3, dependiendo de la edad y del estado físico de la mujer y de la capacidad negociadora del cliente. Sin medida de tiempo. En el Centro se paga por “el rato”, una unidad de tiempo que se dirimirá durante el sexo. Los clientes de los chupaderos no son bebedores cosmopolita que salen, como dicta la regla del mundo acomodado, por las noches a los bares. Son gente humilde, que normalmente debe irse antes de las 9 de la noche, antes de que pase el último bus. Algunos se emborrachan de mañana, entre una cosa y otra del trabajo. Otros empiezan su juerga a las 2 de la tarde. La cocaína se mueve desde temprano, igual que los chupaderos y las prostitutas.

Los vendedores de la calle son una cosa. Los comerciantes formales, con negocio de concreto y rótulo, son otra. Sin decir exactamente que les cobran, el pandillero del Barrio 18 reconocerá lo que luego me contarán varios comerciantes: que les cobran.

—¿De qué te sirve que tengás dos vigilantes privados si te vamos a caer 15 de nosotros en varios carros?

Yo, periodista, tengo 32 años, pelo al ras. Soy moreno y mido 1.73. Si uso camisa manga larga nadie tiene por qué ver mis tatuajes. Cuando voy al Centro no utilizo zapatos deportivos Nike ni Adidas ni nada. Llevo unas botas café, desgastadas y uso lentes. Voy con la camisa por dentro y el último botón apretándome el cuello. Soy, creo yo, un normal hombre salvadoreño de 32 años. O al menos no uno excepcional. Un salvadoreño.

Le pregunto al pandillero:

—Qué pasaría si yo camino desde la Alameda, me interno por la 4a. Avenida Sur, cruzo la Calle Delgado, sigo hasta la Plaza Libertad y entro en el bar de la esquina, Los Amigos, y pido una cerveza y me apoyo en la barra a tomarla.

—Te llevan a los baños y te interrogan.

(Fui. No caminé desde la Alameda, sino desde el otro lado, y llegué a Los Amigos con un conocido que es comerciante en la zona. Pasó lo que el pandillero advirtió. No había terminado mi primera cerveza cuando cuatro pandilleros entraron por la puerta y se dirigieron directamente hacia nosotros. Antes de que preguntaran, mi amigo me presentó como un amigo de infancia. No dijeron nada. Me vieron. Se fueron. No me llevaron a los baños. No llegaron a pedirme mi identificación. Dijeron algo y se fueron. En la nota de voz que grabé en mi teléfono en cuanto salí de ahí, escucho: “dijeron que irían a hacer fresco al predio y luego a seguir con su ronda. Ninguno tenía más de 23 años. Algunos venían de Planes de Renderos”. Le pregunté al pandillero qué significa hacer fresco. Dijo que eso significa que interrogarían a alguien en el Predio ExBiblioteca.)

—Para antenear —continúa el pandillero en la Zona Real— los vigilantes privados y el comercio están con nosotros. Nos llaman y, si tu DUI la caga, nos seguís a un comercio y desaparecés. Es una puta red de corrupción. Mandamos chavos a vender chocolates donde los mierda. Morrillos. Y ellos hacen lo mismo. No calentamos la zona. Te damos verga, llamamos un taxi de topada y te vas, a Los Planes de Renderos normalmente o a Panchimalco. O mandamos un carro adelante o una moto o a veces vemos Waze. Al llegar al lugar, almohada en la cabeza. Pum, pum. Barranco.

Almohada en la cabeza. Pum, pum. Barranco.

 

 

* * *

Una vendedora que vende adentro del Predio exBiblioteca me dijo en abril:

—No sé cómo lo hacen. Uno ve que entran con unos bichos bien vergueados, pidiendo que los suelten, pero uno voltea la mirada. Lo raro es que luego desaparecen, no sabemos más de ellos. No los volvemos a ver. No sé cómo le hacen.

* * *

Nota de La Prensa Gráfica. Sábado 8 de febrero de 2015: “Encuentran dos fallecidos en el interior de un vehículo”. La nota dice que uno de los hombres había sido tiroteado en los alrededores del Parque Centenario (MS), entre la 11a. Calle Oriente y la 10a. Avenida Norte. “Tenía tatuajes alusivos a pandillas”.

* * *

Israel Ticas es el único investigador forense que trabaja con la Fiscalía. Desentierra cadáveres para casos de homicidio. El 28 de enero de 2015 publicó en su muro de Facebook una foto satelital del Centro y arriba escribió esto: “A todos los padres de familia que tengan hijos de 14 a 25 años y que vivan fuera de San Salvador, les daré este consejo, no los manden solos ni los dejen venir solos al Centro… Se exponen a ser privados de libertad, asesinados y enterrados. Que sus vestimentas sean normales, sin cachuchas rectas ni pantalones flojos ni tenis Nike ni Adidas Domba. Que no caminen solos por el área de Catedral, por el mercado Sagrado Corazón, el mercado Central, el Zurita, el parque Bolívar, la Avenida, la Tiendona y por la terminal de Oriente… Se me han acercado muchas personas buscando a sus hijos desaparecidos en el Centro y he desenterrado cadáveres que fueron traídos desde el Centro y enterrados en predios baldíos en los alrededores de la ciudad…”

O sea, que los jóvenes no parezcan jóvenes. Que no se vistan como jóvenes. Mejor, que ni aparezcan por aquí, no vaya a ser que los asesinen por parecer jóvenes.

* * *

Resumen de noticias de periódicos.

“Dos mareros eliminados y un hombre herido en diferentes tiroteos cerca del mercado Central”. Versión PNC: mataron a un dieciocho cerca del mercado Central y en respuesta mataron a un emeese cerca del mercado Sagrado Corazón. Ambos menores de 20 años. 6 de marzo de 2015.

“Capturan a dos hombres que intentaban secuestrar y asesinar a una persona”. Versión policial: eran pandilleros. 4a. Calle Poniente y 1a. Avenida Sur. 10 de marzo de 2015.

“Mareros lesionan a mujer en ataque a gimnasio”. Versión policial: dos hombres en moto. Disparan. Reclaman el pago de la renta del negocio. Avenida España. 11 de marzo de 2015.

“Violencia sigue sin control en el Centro de San Salvador”. Veintena de hechos violentos en dos meses. La nota pone uno de esos ejemplos de coincidencias empalagosas. El día del amor, mientras la Policía levantaba la escena de un homicidio cerca del mercado ExCuartel, un policía fue baleado a 100 metros de la escena por presuntos pandilleros. 29 de marzo de 2015.

“Eliminan a dos pandilleros menores de edad mientras cobraban renta cerca de la Alcaldía de San Salvador”. Los tirotearon desde un carro en la 8a. Avenida Norte. 22 de abril.

* * *

Torre Futura. Zona pudiente fuera del Centro de San Salvador. 27 de enero de 2015.

Frente a mí, un comerciante formal, un señor formal. Camisa de botones, zapatos de vestir. Hasta aquí puedo llegar con la descripción de acuerdo con el trato que hicimos. Él es un comerciante formal que tiene un negocio formal, de cemento y rótulo, en la zona exSimán. O sea, alrededor de donde antes hubo un gran almacén que se llamó Simán, cerca de la calle Rubén Darío, que parte el Centro de punta a punta (aunque por tramos se llame de otra forma). Este comerciante comercia bajo el gobierno de la MS, de su clica Centrales Locos Salvatrucha.

—Tienen bastante gente informante. Recogen plata y la dejan en ciertos puntos. Tienen una red. Sabemos dónde se reúnen, dónde dejan la plata. Siempre anda uno de la seguridad privada cerca de ellos, porque es de ellos esa seguridad. Le cobran a todo mundo: carretillas, taxis, informales, formales. A todo el mundo.

En esto coinciden todas mis fuentes. Uno de los grandes aciertos de las dos pandillas es que son parte del entramado viejo del Centro, del de los vendedores. Salieron de ahí muchos de ellos. Son hijos, hermanos, padres, primos, cuñados de vendedores. Crecieron ahí, cerca de un canasto, y luego fueron llegando más de otros lugares, atraídos por sus cómplices. Es muy difícil, por ejemplo, saber si cuando una vendedora de verduras esconde un revólver a un pandillero que acaba de dispararlo lo hace porque gana algo al colaborar o porque es su hijo y no lo quiere preso o porque está amenazada.

La pandilla no son los otros, es lo que está en medio. En el centro.

—¿Cuánto le cobran a usted?

—30 dólares semanales.

—¿Cómo se comunicaron con usted?

—Directo. Llegaron cuatro bichos. No mostraban tatuajes, pero parecían pandilleros. Abordaron a las empleadas. Dijeron que querían platicar con el dueño. Al día siguiente yo estaba. Le vamos a dar seguridad, dijeron. Y desde entonces, cada cierto día de la semana alguien entra y sale de mi negocio.

Dar seguridad es una forma de decir "te puedo dar toda la inseguridad del mundo".

—¿Por qué les paga?

—Por temor. Estás desprotegido. Si no pagás, te hacen daño. No hay autoridad. Traté de ir dos veces a la Policía, a antiextorsiones, y relativamente fueron indiferentes. Entonces nos reunimos varios del sector formal, y salió la sabiduría de los viejos. Uno que tiene varios almacenes me dijo: “Mire, no nos compliquemos, paguemos. Esos policías quizá están involucrados”. Cuando escuché al hombre viejo, pues… ¿Qué tanto vale la vida de uno y de los empleados?

—Su plan es seguir pagando.

—Todavía tenemos en mente cerrar e irnos a otro lugar. No es tanto el dinero, sino la fragilidad de nuestra integridad. Tu ego te lo bajan a los pies. ¡Puta! ¿Por qué una gente de esta va a estar decidiendo por ti? Si hemos trabajado bajo terremotos, guerra, bajo todo... tu cuestión interna es diferente. Es la moral. No se siente bien uno.

La cuestión moral, el cómo te sentís. Es un factor determinante en esto de la extorsión, pero también un signo de los privilegiados. Para muchos, aunque dura, la decisión es posible: me largo a otro lado con el negocio. Para otros, la mayoría de los informales, la cuestión es más tajante: si me voy, no como. Si me voy, no comen mis hijos. Si me voy, me meto en problemas con la pandilla, y yo vivo en territorio de la pandilla. Si me voy… no me puedo ir.

También las víctimas tienen clase social en El Salvador.

La MS, cuenta el comerciante, imitó la organización de las asociaciones de vendedores. Desplazó a los líderes que las asociaciones tenían en cada cuadra y puso a su propio líder. Un pandillero en cada cuadra encargado de vigilar quién pasa, quién vende y de cobrar la extorsión a todos los de esa cuadra. Formales e informales.

—Fueron debilitando al sector informal, metiendo gente de ellos. Los rumores empezaron hace unos tres años, de que estaban tocando a los taxistas. Después a los informales. El sector formal fue el último, hace unos cuatro meses.

La pandilla aprendió a devorar desde abajo. Primero, a los solitarios. Después, a los organizados. Y, por último, cuando ya estaban rodeados, en su territorio, a los formales, capaces de levantar el teléfono y llamar a algún comisionado policial. Un funcionario gubernamental me reveló que al principio de la gestión del actual gobierno, algunos comerciantes agremiados del Centro le expusieron en persona su situación al mismo ministro de Seguridad y Justicia, Benito Lara. Un comerciante lo confirmó.

—¿En su calle manda la pandilla?

—Sí.

—Si usted quisiera, ¿podría señalar a la Policía ahora mismo a algunos miembros de la pandilla en su cuadra?

—Claro, claro, sí, sí, sí. Podría. Pero no se puede.

Una de las mayores victorias de las pandillas es derrotar la esperanza. La capacidad de persistencia de las pandillas —matan o encarcelan a uno y llega otro y otro y otro— termina por bloquear cualquier estrategia de sus víctimas. “No se puede”, piensan muchos. “Denunciar no sirve de nada”, se conforman otros. “Hay que pagar”, dicen. Las estrategias se utilizan para pedir reducción de renta, para negociar cuotas, como se haría con una oficina gubernamental de impuestos: planes de pago, cuotas mensuales. Con la pandilla se negocia como se negocia con un gobierno.

—En algunas empresas grandes —dice el comerciante— los gerentes no pasan ahí, y a los empleados les toca pagar. Hacen colecta entre los empleados y pagan la cuota. El empleado va a diario. Su única salida es pagar para poder conservar sus empleos.

Pagar para poder conservar el empleo.

Regla número dos: no importa quién pague, lo que importa es que alguien pague.

—Le preguntaré por una solución que está de moda en el país: ¿por qué no los matan?

—Escuché eso, pero hace tiempo. Ahora no. Es un control consolidado.

—¿Puede presentarme a otros comerciantes formales que hablen conmigo bajo anonimato?

—Pagan, pero no van a hablar. Tengo amigos que tienen cinco almacenes. No se van a arriesgar. La mayoría paga 50 dólares semanales. No se van a arriesgar.

 

 

* * *

Zona del Parque Libertad. 17 de febrero de 2015.

Frente a mí, un comerciante formal.

Uno más que se arriesgó.

En el caso de esta conversación, el dilema periodístico es tajante. Un error mata. Yo sé quiénes extorsionaron a este comerciante formal. Sé en qué fecha lo hicieron la primera vez. Sé cómo se llaman. Sé a qué unidad policial los denunció. Sé dónde tienen los puestos los pandilleros y sé a qué horas suelen estar en sus puestos.

Si cuento todo eso, el comerciante podría ser asesinado. Él cree que sería asesinado. Tras dos largas conversaciones contaré el relato como convinimos, tratando de evitar que lo asesinen.

Es un comerciante formal que vendía cosas adentro de un local de concreto en los alrededores de la Plaza Libertad. Vendía cosas bajo el gobierno de la tribu Raza Parque Libertad del ala Revolucionaria de la pandilla Barrio 18. Haciendo una cuidadosa labor de edición, sus palabras son estas.

—Querían 2,500 dólares, pero yo nunca respondí. Llegaron directamente unos bichos al negocio. La cuadra la controlan ellos. Las cuadras de alrededor, más bien dicho. Siempre hay tres, cuatro, cinco de ellos en la cuadra. Están en diferentes negocios, como si vendieran, y tienen a sus mujeres y hermanas en otros puestos. Ellas trabajan con ellos. Vigilan.

—Pero un miembro de los Raza Parque Libertad me aseguró que ellos no cobran renta —digo.

—Claro, no piden dinero todos los meses, solo cuando se acerca fin de año y en otros momentos. Dicen que es un pago por seguridad. Eso dijeron los bichos. Por haber dado seguridad. Entonces me dijeron: me vas a pagar 5,000 dólares, porque la segunda vez le subieron, quizá por mi silencio. No se paga mes a mes, pero si hace cuentas, es como si se pagara mes a mes por esa cantidad.

—¿Por qué no denunció?

—Lo hice. No hicieron absolutamente nada. Denuncié a la Unidad Antiextorsiones. Es una burla. Me asignaron a unos policías que nunca vinieron, solo por teléfono hablé con ellos. Además, tuve sospechas de uno de los policías, porque lo escuché por teléfono decir cosas contrarias a las de una persona que quisiera ayudarme.

—¿Paga mucha gente en su cuadra?

—La mayor parte de los empresarios formales, pero no cuotas mensuales, sino que, por ejemplo, cuando viene Semana Santa, luego agosto, luego diciembre.

—¿Usted pagó?

—No. Cerré mi negocio.

—¿Anda armado?

—Andaba armado. Ya no.

—¿Pensó en matarlos?

—Sí, sí, sí. Sí, sí, sí... se lo digo: sí. Pero, gracias a Dios, pasé toda la noche pensándolo y en la mañana decidí clausurar. De todos modos, ya perdí.

—Yo soy un hombre salvadoreño e intuyo que una cosa así será muy jodida para la moral.

—Me afectó enorme. Usted se siente impotente ante un bicho, ante la autoridad. No puede hacer nada. Impotencia. Si yo los mato, voy preso, porque a mí sí me acusaría un montón de gente. A él, aunque lo vean, nadie dirá nada. No se le ve solución.

Este comerciante se queja de lo mismo que el anterior. Hay policías de vez en cuando. Muy de vez en cuando pasan en bicicleta y los bichos lo saben desde muchas cuadras antes. Pero no hay inteligencia policial. No hay un trabajo, dicen, de gente que se meta, rompa ese tejido de miedo hilvanado desde hace años. Si ese tejido se rompe. Si los policías lo rompieran, la gente hablaría. La gente cuenta detalles incluso a un periodista al que ni conocen. Ponen sus vidas en manos de alguien con quien solo hablaron unas horas de un día.

A veces se percibe esa sensación de que no hay nada que hacer, de que la extorsión es tan normal a la violencia como los mendigos a la pobreza. A veces da la impresión de que ese conformismo obligado que tienen los que pagan se ha contagiado a las autoridades que asumen que la gente debe pagar.

—Aquí mandan ellos, no la autoridad —dice.

* * *

Ese conformismo, sin embargo, no fue algo súbito. Fue criado por el hábito de ver a otro lado, incluso en un laberinto tan apretujado como este. Fue criado por la lógica de “lo que no me pase a mí no es mi problema”. Los vendedores informales con los que hablé recuerdan que los bichos se movían por aquí desde finales de los noventa. “Aquí andaban, aquí trabajaban, eran cargabultos, llevaban almuerzos de los comedores, trabajitos así. Y se agarraban a pedradas o a navajazos con los otros bichos, pero no se metían con la gente vendedora”, me dijo una vendedora informal que vende bajo el gobierno de la MS. A nosotros no nos joden. Esa era la lógica. Luego, dice el vendedor de cedés que vende bajo el gobierno de los Revolucionarios, empezaron a asaltar a los clientes, y “vos te quejabas cuando asaltaban a uno de los tuyos. Si no te había comprado. Si ya te había comprado, no podías hacer nada, pues, mejor no meterte”. A mí no me joden. Esa era la lógica. Después, me dijo el mismo vendedor de cedés y también un vendedor de una zona que actualmente es MS, empezaron a “llegar a tu negocio y decirte: ey, qué chiva esa camisa. Se la medían y se la llevaban”. Ya están empezando a joderme. Esa era la lógica. Entonces, desde 2007, más o menos, empezó a haber pleitos entre los vigilantes privados contratados por las asociaciones y los pandilleros, pero los pandilleros ya estaban en medio, y ya no lograron sacarlos. Poco a poco, año con año, se hicieron ellos del control de la vigilancia y empezaron a joder a todos los informales. Después, a las asociaciones. Ya me jodieron. Esa fue la lógica. Hasta ese momento, los comerciantes formales, que veían cómo los pandilleros extorsionaban a taxistas y vendedores de la calle, no hicieron nada. Para ellos —al menos para aquellos con los que hablé— el problema comenzó hace cuatro meses, 10 meses, a finales de 2013 como mucho. Eso quiere decir que su problema empezó entonces. A mí no me joden. Esa era su lógica antes. Ya están empezando a joderme. Esa fue su lógica después. Ya me jodieron. Esa es su lógica ahora. Así seguirá avanzando.

La pandilla no son los otros, es lo que está en medio. En el centro.

* * *

Alcaldía de San Salvador. 23 de marzo de 2015.

Frente a mí, el alcalde de la capital, Norman Quijano.

—¿El Centro tiene diferencias respecto de otras zonas de la capital en cuanto a control de las pandillas?

—Sin ninguna duda. Ahí hay hacinamiento, comercio informal, zonas peatonales, gran tráfico de estupefacientes. Eso lo vuelve una zona proclive a que haya altos índices de extorsión.

—Ayer, una asociación de vendedores se reunió con el palabrero de su zona para pedirle que redujera los asaltos. ¿Cómo se reordena aquello sobre lo que no se tiene control?

—No me sorprende ese control. Hay muchas comunidades donde para entrar debo tener autorización del palabrero. Hay comunidades donde he suspendido inauguraciones porque me dicen: “No están de acuerdo con que usted llegue, doctor”. Si eso sucede en las comunidades… 

—Un vendedor de zona 18 no puede ir a zona MS ni viceversa. ¿Cómo se reordena aquello sobre lo que no se tiene control?

—Lo entiendo. Lo he vivido. Voy a dar algunos ejemplos. Cuando yo hablé con algunos vendedores y les dije que ya estábamos en proceso de construir el mercado San Vicente de Paúl, cercano al Mercado Central, ellos dijeron que no podían aceptar ese ofrecimiento. Me dijeron: “No, porque la pandilla que domina esa zona no es la que domina allá”. Había amenazas. En otra ocasión, para el comercio de temporada de Navidad, fui rechazado cuando ofrecí la Plaza Libertad. Me dijeron: “Ahí no nos podemos ir, es de la otra pandilla”. Hay un control territorial de las pandillas. Ningún gobierno en los últimos años le ha podido dar una respuesta satisfactoria.

Al final de la conversación, el alcalde me cuenta que de dos lugares en el Centro —de los que se reserva el nombre— le han pedido que los desaloje. “Más del 70 % de las personas que vendían en esos lugares estaban de acuerdo con que los desalojara. Me lo pidieron. Me mandaron recados para que montara un operativo y los sacara. Era la única manera de poder irse”.

A eso hemos llegado. Un grupo de ciudadanos tiene una sola petición para su gobierno municipal: por favor, coordine con la Policía y desalójenos, sáquenos.

Libérenos.

* * *

El comerciante de la zona exSimán me hizo una recomendación: “Ya se comieron el Centro. Cuando se lo acaben subirán hacia Metrocentro. Recorra el Bulevar Venezuela o la Alameda Juan Pablo II y vea cuántos negocios están abiertos. Es un cementerio de negocios. Solo quedan las grandes cadenas. Les piden hasta 250 dólares a la semana”.

Voy en carro. Salgo por la 6a. Avenida Norte hacia la Alameda. Son unas cinco cuadras largas hasta el Parque Infantil. Ya después, al menos sobre la Alameda, es el Centro de Gobierno, y por ahí no se mueven los pandilleros. En esas cinco cuadras busco locales cerrados, abandonados. Digo nueve veces la palabra “vacío”. No cuento los derruidos.

* * *

Jueves 9 de abril de 2015.

El alcalde Quijano publicó este mensaje en su cuenta oficial de Facebook: “Esta noche hemos recibido informes de que las pandillas han decretado "toque de queda" en el Centro Histórico. Normalmente, no hemos prestado mayor atención a estas advertencias; sin embargo, ciertos indicios hacen más creíbles las amenazas en esta ocasión. Por lo tanto, queremos pedir disculpas a los vecinos del Centro Histórico porque hemos suspendido el turno de recolección nocturno en esa zona de la capital. Son aproximadamente 60 toneladas de desechos que no serán retiradas durante la noche, porque no expondremos la vida del personal de la institución. Entendemos que las autoridades ya están tomando cartas en el asunto, por lo que esperamos retomar, lo más pronto posible, la prestación de los servicios con normalidad”.

* * *

Jueves 19 de febrero de 2015.

Me llama el vendedor de cedés para contarme una anécdota que acaba de recordar. Ocurrió en agosto de 2014. Dice así: había dos señoras vendedoras de la calle con sus puestos a la par. Dos champas a la par. Una de ellas, abusiva, barría y echaba la basura al puesto de su vecina. Cada día. La otra, paciente, aguantaba. Hasta que un día no aguantó más. Entonces llamó a su hijo y le contó el problema de abuso que sufría. Su hijo, desde el penal de Izalco, le contestó que él se encargaría. En el penal de Izalco estaban recluidos —hasta los traslados de abril— los pandilleros revolucionarios del Barrio 18, incluidos los líderes nacionales. Al día siguiente, cuatro pandilleros llegaron hasta el puesto de la señora abusiva. Le dijeron que ya no llegara al día siguiente. Le dijeron que no se le ocurriera llevarse láminas ni instalación eléctrica. Le dijeron que si llegaba, ya sabía. El puesto ahora es de la mamá de El Narizazo, también conocido como Scare, uno de los líderes del sector de la Plaza Libertad. Él suele estar todos los días en la esquina de la 6a. Avenida Sur y Calle Delgado. Tiene dos puestos de cedés a la par uno de otro. Es fácil de reconocer. Es narizón, pelo rizado, cara agrietada por un acné del pasado, unos 25 años. Cuatro de los vendedores con los que hablé lo reconocen.

 

 

* * *

Oficinas del Distrito Uno. 8 de marzo de 2015.

Frente a mí, Mario Serrato, director del distrito, el área administrativa municipal que cubre el Centro. El funcionario que lidia con el Centro directamente. Cada día.

Dice que todo esto, el zocón, empezó a partir de 2013. Dice que no quiere usar la palabra complicidad, pero sí dirá que “en parte fue cerrar los ojos de parte de las autoridades gubernamentales”. Asumir que en el Centro todo esto podía ocurrir y no era grave. Recuerda como uno de los mensajes más claros el asesinato de dos líderes vendedores en la zona exSimán a principios de 2013. Recuerda que ese fue un mensaje a las asociaciones: “Si no te alineás, vas a seguir vos”. Dice que muchos vendedores llegan a pedirle que los reubique al sector de, por ejemplo, la MS, porque viven en zona MS. Quieren vivir bajo un solo gobierno. “El 100 % de los vigilantes que andan con garrote pertenecen a las pandillas”. Dice que el sistema de vigilancia es buenísimo, que ocupan prostitutas y carretilleros. Antenas y postes que saben a qué hora sale ese comerciante y a qué hora vuelve y en qué carro y con cuántos familiares.

Y luego le pone números al asunto. “Aquí circulan cada día 1 millón 200 mil personas entre 5:30 a.m. y 7 p.m. Tengo entendido que son 22,000 vendedores en los mercados. Y censados, con nombre, apellido y DUI, tengo 8,650 vendedores en el comercio del espacio público —en la calle, pues—. Hablo solo de estacionarios, que tienen estructura. Calculamos que habrá unos 10,000 carretoneros y buhoneros (que andan con la venta en la mano). Y no tenemos censado al comercio formal. Compadre, hay cuarentaytantas mil almas para cobrarles la renta, y es más chiche, porque las tienen encerradas”.

Y eso es solo parte de las ganancias. Hace dos años, por ejemplo, desalojaron la plaza Hula Hula, bastión MS, y los reacomodaron en un viejo cine, el Cine Central. Serrato recuerda que uno de los líderes pandilleros sacó de sus bodegas en la plaza tres camiones llenos de cervezas y licor. “Compran legalmente la bebida, pero advierten a los comerciantes de su zona que solo pueden comprarles cerveza y licor a ellos”.

Dice que nunca, jamás en sus tres años como funcionario, ha recibido a un vendedor o comerciante del Centro que no pague renta. “Nunca, ni una persona”.

* * *

Metrocentro. 4 de febrero de 2015.

Frente a mí, un hombre que tiene familiares con puesto en La Peatonal.

La Peatonal es una de esas zonas de las que todos hablan allá abajo, en la zona de la Plaza Libertad. La gente la utiliza como una especie de consuelo: “Al menos no estamos como en La Peatonal”. La Peatonal es eso mismo, una calle peatonal, cerrada por ventas y más ventas. Son tres cuadras de ventas a un lado y ventas al otro. Mercado sobre la acera, mercado sobre la calle durante tres cuadras. En una de esas cuadras no puede pasar ni un carro. En dos, apenas queda el espacio para que circule, a paso de peatón, uno pequeño. La Peatonal va desde la Avenida España hasta la 3a. Avenida Sur.

Lo otro curioso de La Peatonal es que es controlada por una clica de la Mara Salvatrucha que solo tiene sentido en esas tres cuadras y en algunas otras pocas del Centro. Es la clica de los Peatonales Locos Salvatrucha. Una especie de clica laboral. Llegan por las mañanas al Centro a trabajar de pandilleros. No tienen puesto la mayoría de ellos. Vigilan caminando, fingiendo vender dulces o cedés, sentándose un rato en un puesto y otro y recogiendo la extorsión cada semana. Vigilando su territorio. Cuando los vendedores se van, ya no tiene sentido seguir ahí.

La calle importa mientras alguien la trabaje.

—Ahí en La Peatonal tenemos encargado de cuadra y postero en cada esquina. Son niños algunos de ellos, bichos, algunos son menores de 15 años, aunque la mayoría tiene entre 20 y 25. Ahí cada puesto paga 10 dólares los meses que tienen 30 o menos días y 12 dólares si el mes es de 31. En 2014 no pidieron aguinaldo, pero en 2013 fueron 5 dólares por vendedor, no por puesto, sino por vendedor. Además, si a ellos les gusta una camisa o un cedé o lo que sea, solo se lo llevan. Cada semana piden algo.

Algunos expedientes judiciales dicen que la clica Peatonales fue fundada en Olocuilta, en el departamento de La Paz. Otro de 2007 dice que es formada por gente “originaria de la calle Peatonal”, que formalmente no existe. Lo cierto es que tiene relación con diferentes clicas del Centro. A diferencia del Barrio 18, que en el Centro solo tiene una tribu, la MS tiene a varias clicas: Villa Mariona Locos Salvatrucha, Centrales Locos Salvatrucha, Peatonales Locos Salvatrucha, Hábitat Locos Salvatrucha y Demonios Infernales Locos Salvatrucha.

El 9 de abril de 2015 me reuní en un restaurante en el Paseo General Escalón con un pandillero de la MS de Soyapango que tiene más de 10 años de pertenecer a la pandilla. Él, como muchos otros pandilleros, suele ir al Centro a pasar el día porque conoce a algún miembro de las clicas de ahí. Este pandillero me dijo: “La Centrales es la clica de San Salvador. Tienen buen arsenal, un vergo de gente, tienen silenciadores, armas de guerra, buenos carros, doble cabina, ahí te desaparecen si quieren. Hacen un vergo de dinero. Imaginate, un dólar por puesto”. Se refería, supongo, a que la clica de Centrales tiene el control de gran parte del mercado Central, y cobran un dólar diario a cada uno de los más de 10 mil puestos que hay adentro del mercado.

De vuelta en Metrocentro. Frente a mí, el hombre con familiares que venden en La Peatonal.

—La asociación de ahí, que es AVEP (Asociación de Vendedores Estacionarios en Pequeño), ya no controla, solo se encargan de ordenar la onda. Vaya, la cosa es así: los pandilleros no andan cobrando la renta en La Peatonal. Ellos se entienden con la directiva, y la directiva asigna un puesto cada mes, y todos van a dejar el pisto a ese puesto cada mes. Una señora cayó presa hace como un año. Ella solo llevaba el pago, y está cumpliendo condena por extorsión.

La pandilla no son los otros, es lo que está en medio. En el centro.

—Ellos pueden meter a quien quieran a cualquier puesto para interrogarlo, y nadie dirá nada. Yo puedo reconocer, solo en la cuadra de mis familiares, a al menos 10 pandilleros que están todo el tiempo en las esquinas, en medio de la cuadra. Y cuando atacan a alguien pueden llamar a más. Te siguen, uno le avisa a otro por radio o chiflan y al rato te caen unos tres, te rodean y te puyan con cuchillos. Te dejan muerto. De hecho, yo ya no camino del Teatro para abajo, no quiero que me vean bajar y ya no pueda llegar.

—¿Cuántos puestos calculás que hay en las tres cuadras de La Peatonal? –pregunto.

—Mínimo, unos 150.

Eso equivale a 1,800 dólares los meses de 31 días. Eso equivale a 1,500 dólares los meses de menos días. Sin contar a los comercios formales.

Regla número tres: cobrarás lo que la gente pueda pagar. No querés que se vayan, querés que te paguen.

* * *

Plaza San Vicente de Paúl. 3a. Avenida Sur, abajo del Mercado Central. 6 de abril de 2015.

Hace una hora leí en uno de esos tweets de los periódicos: “Asesinan a Luis Umaña, presunto pandillero de 15 años cerca del mercado Central”. Ahora, estoy enfrente del cadáver de Luis Umaña en esta placita abajo del mercado Central, en zona controlada por Los Revolucionarios.

Casi nadie lo conocía como Luis. Al niño le decían Rata Chele, según la Policía. La Policía se equivoca. Le decían Sicario, según me confirmó el pandillero de la zona de la Plaza Libertad. La Policía cree que fue purga interna. La Policía se equivoca. Llegaron dos emeese vestidos de cristianos y por la espalda le metieron como 10 balas. Se nota que le dispararon desde cerca, porque una de las balas no tomó velocidad suficiente para entrar y salir y aún le asoma por un ojo. La Policía se equivoca porque conjetura. Nadie les dice nada. Todos en esta placita de chupaderos y comedores hacen vida normal. Dos viejas ven televisión de espaldas al muerto. Una vieja lava platos en una pila. Tres niños vuelven de la escuela. Desde la segunda planta del mercado Central, un puñado de curiosos que viven bajo el gobierno de la MS observan el cadáver que se pudre bajo el gobierno de Los Revolucionarios. A solo 100 metros.

Un policía está en una punta de la plaza. Otro, a la entrada. Una patrulla ronda afuera de la plaza, entre ventas y canastos.

Converso con el policía que está a la entrada. Está asignado a seguridad pública del Centro.

—Qué jodida la zona donde lo han asignado, poli —le digo.

—¡Ja! Aquí nos tienen bien controladitos —dice, y voltea a ver a la segunda planta del mercado Central.

—¿Y cuál es la fórmula para seguir vivo en medio de estos territorios?

—No enterarse de nada, saber lo menos posible.

—Pero algunos de ustedes no piensan así. Me cuentan de un policía negro que anda en bicicleta y se dedica a detener a los pandilleros, quitarles la camisa, darles verga, robarles lo que lleven y dejarlos en zona de la pandilla contraria. ¿Le suena?

—¿Negro y que verguee mareros? Me costaría identificar solo a uno. Son un vergo los que hacen eso.

—Usted sabe, por ejemplo, que en esa esquina, ahí nomás, en la esquina de la 12a. Calle Poniente, debajo de ese árbol, en esos puestecitos la pandilla distribuye droga todo el día.

—Claro que sé. Si hay compañeros que… yo no meto las manos al fuego. Hay compañeros vinculados… algunos compañeros tienen su negocio… si yo le contara.

* * *

Una casa en Mejicanos. 11 de abril de 2015.

“Todo esto es un pedo de pisto”, dice una vendedora joven que vende en los alrededores del mercado Central. “Yo vendía en cancha mierda”, dice, en referencia a los emeese, aunque no es pandillera.

La pandilla no son los otros, es lo que está en medio. En el centro.

“Allá pagaba 20 dólares mensuales”. Ahora vende en zona de La Revolución. Dice que no paga, pero que cada dos días vuelve a zona MS a los sótanos del mercado Central a invertir unos 50 dólares en cachada. “Cuando voy me tiembla hasta el pelo”, dice. Cada mañana, los sótanos del mercado se llenan de cachada. Los mayoristas, gracias al contrabando, al descarte de algunos supermercados, a pequeños errores de fábrica, a las importaciones de los comerciantes chinos del Centro, se aperan de miles de objetos iguales: papel, pasta de dientes, galletas, jugos, lejía. Los venden al por mayor a precios bajísimos: 10 jabones por un dólar. Los vendedores piden prestado a los agiotistas en la mañana, compran cachada y pagan con interés del 10 % en la tarde o en la noche.

“La cachada es de ellos, de los mierda. Imaginate, si solo yo voy a invertir unos 200 dólares semanales”, dice.

* * *

Una casa en Mejicanos. 11 de abril de 2015. 

La reunión con esta vendedora es el mismo día y en el mismo lugar que con la anterior. Es solo que la primera, al saber que la segunda vende en zona MS, pidió no hablar frente a ella. 

“Yo pagaba 8 dólares quincenales, pero en diciembre nos subieron, y ahora pagamos 15 dólares”, dice la vendedora del mercado Sagrado Corazón. Tiene 10 años de vender en el Centro. Ahora vende bajo el gobierno de la MS. En su zona, ella puede identificar a unos 15 mareros si quisiera, si no tuviera tanto miedo.

Le pregunto cuántos intentos de asesinato vio en 2014 cerca de su puesto.

Piensa medio minuto. “Me acabo de acordar de unos 30 ahorita”.

Le pregunto por este año.

“Unos 10, solo en el pedacito donde estoy”.

En su área hay 47 puestos. Todos pagan 15 a la quincena. 705 dólares quincenales para la MS en esa esquinita del Centro.

“De la nada matan a cualquiera que parezca joven o ande así como deportivo. De entre los chicles sacan las navajas”, dice. Y dice que ya casi no vende, que la gente no entra en su esquinita, que ella carga un canasto y sale a vender, pero que solo puede moverse en unas 10 cuadras. Que más arriba están los “otros bichos”.

* * *

Restaurante Los Cebollines. Bulevar de los Héroes. 10 de mayo de 2015. Día de la madre.

Frente a mí, una familia que por más de 15 años ha vivido de vender en el Centro. Frente a mí, la historia más poderosa de todas las que escuché en estos tres meses de investigación. Son seis páginas en mi libreta. Dos horas de grabación en mi teléfono. Es una historia que no voy a contar. Si la cuento, los mato.

Durante media hora buscamos juntos, la familia y yo, una manera de contarla, una forma de nombrarlos sin que su gobierno pandillero los identificara a ellos, a sus parientes que aún venden en el Centro.

Tras escuchar la historia de la señora, el señor y la muchacha solo puedo decir que a ellos no les queda de otra, que lo que han decidido hacer es lo correcto. Para ellos, la pandilla está en todas partes. Gobiernan en su casa. Gobiernan en su trabajo.

Mañana se irán del país a otro país al que intentarán entrar indocumentados.

 

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