31 de diciembre de 1991. El noticiero de televisión se escuchó a bajo volumen y los adultos de la familia apenas hicieron comentarios. Supe, sin embargo, que algo bueno había pasado.16 de enero de 1992. La noticia se había difundido lo suficiente y parecía, esta vez sí, irreversible. ¡Se firmarían los acuerdos de paz!Supe que se había organizado una gran concentración para celebrar en Catedral. Recuerdo caminar, bajando por el parque Hula-Hula, solo y entre mucha gente que trataba de llegar al mismo lugar.Supe lo que esta concentración significaba hasta que estuve parado en una esquina del Palacio Nacional. En realidad creo que me atemorizó ver tal cantidad de personas, además de haber visto cómo un par de hombres guardaban una pistola en un maletín. Alrededor todas las personas parecían conocerse, se abrazaban y sonreían. No recuerdo haber estado más de treinta minutos viendo los gestos de alegría de uno y de otros, cuando comencé a caminar hacia el edificio de la Lotería, buscando un bus o un “pick-up” que me llevara de regreso a Mejicanos.  Fue, sin dudas, una curiosidad personal la que me llevó a constatar la alegría colectiva por el fin del conflicto armado; pero la verdadera paz, la que sobrepasa todo entendimiento, la encontré muchos años después, cuando –al igual que el hijo pródigo- regresé a la casa de mi Padre Celestial".