El 31 de diciembre de 1991 se celebró en mi familia la víspera de año nuevo con una reunión en casa de mi abuela tal y como había sido la tradición desde muchos años atrás. Estaba a unos meses de cumplir los 12 años de edad. Es curioso, porque de esa celebración en realidad no recuerdo nada en especial en comparación con los otros años. En cambio, sí tengo un vago recuerdo de las imágenes de televisión de la firma del día 16 de enero de 1992, aunque para ser sincero no entendí absolutamente nada sobre su significado en aquel momento. La vaguedad de mis recuerdos sobre estos importantes eventos siempre la había atribuido a mi corta edad. Un día cualquiera me puse a compararlos con la nitidez de mis recuerdos de la ofensiva del 11 de noviembre de 1989 y los días posteriores, pese a que para esa fecha tenía solo 9 años. Recuerdo con más exactitud que, unos días o meses antes de la ofensiva, fuimos evacuados del Colegio Externado de San José debido a asesinatos cometidos cerca de ahí por los Escuadrones de la muerte. Aún no me atrevo a interpretar la significación de la firma de los acuerdos de paz, pero en lo que sí estoy seguro, es en que a partir de mis recuerdos anteriores y posteriores al 16 de enero de 1992 entiendo muy bien la diferencia entre vivir y no vivir en una guerra.