Nombre: Ángel Aguiluz
Ocupación: músico y estudiante de Historia
Edad: 27 años
Realmente, recuerdo poco de ese año porque era un niño. Lo que sí recuerdo es que las noticias llegaron en la mañana por medio de fotografías enormes -en casi toda la portada de los periódicos y a todo color- de gente abrazándose o de aquella sala llena de flores; hasta inocentemente sentía simpatía por “el viejo pelón” que  todos decían “nos trajo la paz”.Estábamos en la típica escena de familia tomando café mientras mis padres atendían su negocio. Hacía mucho frío y la niebla se hacía presente en el cafetal donde hoy es Santa Elena y Cumbres de Cuscatlán. La gente llegaba con “el chambre” a la casa ese día y así fueron pasando las personas, los chambres y las horas hasta que ya de pronto dicen que se dejaron de mirar los soldados en la calle. A decir verdad, quedaban pocos. Fue extraña aquella tranquilidad de ese día, una quietud que se mezcló con lo aburrido del año nuevo. Sin embargo, desde entonces sentí que algo grande había pasado ya que durante los próximos meses la gente saldría de noche y habría más vida en las calles. La diferencia era que ahora se escuchaban pocas balas a lo lejos, y la música de las radios ya era distinta, al igual que las noticias. De repente, si había muertos era porque eran bolos y se habían intoxicado. Ya no salían aquel montón de muertos. La información era sobre los militares que recibían armas en el campo. Mi madre me mandó a la escuela ese año a cursar primer grado. Los maestros eran verdaderos tiranos que vivían aún la histeria de la guerra.La verdadera paz quizá la conoció mi padre quien fue acusado muchas veces de colaborar con la guerrilla porque les vendía maíz clandestinamente, pues teníamos una tienda muy surtida que le hacía competencia al IRA en Antiguo Cuscatlán. Como todo niño de la guerra, conocí el silencio, el miedo, la oscuridad. Tuve que aprender a hablar en voz baja, así como tratar de no vomitar por el miedo que provocaban los tiroteos nocturnos y dormirme a las 7 pm.  En la cochera de mi casa habían instalado un puesto militar durante los últimos años de la guerra; puedo jurarles que esos soldados apestaban horrible y que no logro sacar de mi cabeza ese hedor. Menos mal se fueron.  Lo que no olvido es haber observado cuando alguien puso bombas en la “Torre Democracia” que se miraba desde la 3ª planta de mi casa en Antiguo Cuscatlán. Por ser punto estratégico, mi casa fue tomada por la guerrilla para mantener control de Antiguo en la ofensiva del 89. Esa vez, mi padre tuvo que saltar un muro de dos metros para salvarnos a mi mamá y a seis hermanos. Recuerdo haber visto francotiradores y, muchos días después, haber recogido varios costales y llenarlos de “vainillas” que había tirado un helicóptero sobre el techo de mi casa. Observé cada noche los bombardeos en Guazapa y escuché con mis hermanas la “Radio Venceremos” en un pequeño radio rojo “traído de USA” y con la cual conocí la “Nueva Canción Chilena”. Hasta la fecha soy músico por ese gusto adquirido.Mi padre murió un año después de la firma de los Acuerdos de Paz. Durante su funeral asistió casi todo el pueblo y fue recordado como una persona que les dio muchos ánimos a los vecinos con su buen humor. Gozaba de tanto respeto que lo habían propuesto (por dedazo) para ser alcalde, pero lo rechazó por miedo: si hasta dicen que la doña Milagro Navas (como es bien pícara) se lo “cuentiaba” cuando tenía un su negocio frente al parque.Creo que cada quién sintió o vivió los Acuerdos de Paz años o meses después no solamente ese día.Este escrito va en memoria y por el recuerdo de mi padre a quien sigo respetando, “Don Pastor” Aguiluz.