Nombre: Mario Larín
Ocupación: jefe de prensa de la CSJ
Edad: 42 años
Los acuerdos que detuvieron el tiempo. Yo no lo sabía, pero el año nuevo no llegó a aquel helado salón de las Naciones Unidas en Nueva York. Sentado frente al televisor, en mi casa en San Salvador, miraba la televisión con la esperanza de ver por fin la noticia de la anhelada firma de la paz, pero no fue así; las 12 de la noche llegó y no hubo firma.
Aquella tremenda ansiedad de los últimos segundos de 1991 fue dando paso, poco a poco, a una gran decepción; algo menos que tristeza me invadió cuando el año se terminó y la firma de la paz parecía que se alargaría otro año.
Miré las agujas del reloj en mi muñeca de la mano izquierda, y vi que marcaban las cero horas. De inmediato, hubo cientos de preguntas y dudas que entraron de golpe en mi cabeza. ¿Son las 12 también Estados Unidos? ¿Por qué iban a estar Cristiani, su esposa y Pérez de Cuellar ahí, en lugar de estar en sus casas con sus familias abrazándose por año nuevo, si no es porque realmente iban a firmar la paz? ¿Si se va Pérez de Cuellar se perderá el impulso y respaldo que este ha dado a las negociaciones? ¿En qué se entramparon? ¿Es que acaso alguien se está aprovechando para sacar más raja política de la negociación? ¿Qué están negociando? ¿Serán misiles o será más dinero? ¿Se arrepintieron? ¿Quién? ¿Cómo puede ser? ¿Quién estará boicoteando los acuerdos? Más y más preguntas así saturaron en cuestión de milisegundos mi ya confundida cabeza a la hora decisiva.
En ese momento trabajaba como periodista y había cubierto gran parte de los Diálogos de Paz como “enviado especial” de La Prensa Gráfica; conocía los entresijos de las negociaciones. No estaba en Nueva York porque, como me enteraría años más tarde, había estado a punto de ser despedido del periódico por unas noticias que publiqué y que no le gustaron al presidente de la República; al abogar por mí, los dueños habían optado finalmente por no enviarme más a los diálogos, así que me perdí Caracas, Oaxtepec, Nueva York y más tarde también Chapultepec. Realmente lamenté no estar en esos instantes en Nueva York para saber de primera mano qué pasaba.
Todas esas preguntas y dilaciones quedaron sin respuesta y sin interés solo segundos más tarde cuando por fin la presentadora de Teleprensa anunció, llorando a más no poder, que ambas comisiones habían firmado por fin los Acuerdos de Paz. En El Salvador ya era 1992 pero en Nueva York aún era 1991. Yo también lloraba calladamente, solo, en el sillón de la sala, mientras mi familia reventaba cohetes en la calle.
Más tarde me enteré de que alguien en Nueva York había retrocedido las agujas del reloj de pared pero que daba la hora oficial de las Naciones Unidas para así dar oportunidad a Javier Pérez de Cuéllar, todavía Secretario General de las Naciones Unidas que terminaba su largo período en el cargo, para que aún bajo su mandato, ocurriera la firma de los tan ansiados acuerdos de paz.
Atrás quedarían ahora todas aquellas emocionantes coberturas fuera del país, de reuniones clandestinas con la comandancia guerrillera; de presiones de funcionarios de gobierno para evitar noticias negativas al gobierno; de sospechar conspiraciones de asesinato de aquellos que se oponían al diálogo; de vivir crónicamente con adrenalina cubriendo la guerra civil que si bien llegaba a su fin era, a la vez, el inicio de un desafío más grande, el inicio del diálogo económico que aún no comienza.