El anuncio de los acuerdos de paz me encontró abrazado a Marta en la madrugada del 1 de enero de 1992. Pero la paz a una guerra que empezó para mí allá por 1984, cuando ya tenía ocho años, tardaría mucho más tiempo en llegar.
Será porque es difícil borrar de la mente aquel soldado que levantaban a punta de bayoneta la caja de yesos de mi padre en la cochera de una casa alquilada; aquella llamada en la que solicitaban sangre para salvarle la vida a Héctor Caballero; el sonido de las bombas, ¡el pum! y el apagón; a mi abuela en estado catatónico tumbada en una casa de “seguridad” de Xola, en un México D.F. enorme y extraño; a Marta hablando con sus hermanos que ya no estaban mientras se refugiaban en la cocina; las guindas a las casas de amigos y aquellos pasaportes falsos; el cerco militar alrededor de la Universidad de El Salvador y el soldadito adolescente apuntándome con un M-16 que le bailaba sobre el hombro; las calles que adopté como propias en Heredia y Tlapan; y aquellos tres disparos… ¡Pas, pas… pas! Malditos tres disparos.
En aquellos años, de un lado y del otro, llegaron las balas que asesinaron a mis tíos, a mi padre, a mi abuelo, a los amigos de una familia que se empeñaba –y lo sigue haciendo- en adoptar amigos bajo títulos de primos, tíos y hermanos… Para entonces, Nelson era un recuerdo vago con sabor a pan mojado con leche y guineo en trocitos; y Manuel, pesadillas recurrentes y un llavero de cigarros Delta ensangrentado en el asiento de atrás del carro en que nos sacaron a mi hermano y a mí minutos después de aquella balacera en el Externado San José.
Eran años de exilios, de una familia entera repartida por México, Costa Rica, Nicaragua y, nosotros, los pocos, en El Salvador.
Por todo eso, por todos ellos y por mucho más lloraba aquella madrugada Marta. Y llorando, abrazó a todos sus hijos, y les dijo que sus tíos le habían dado la noticia desde México y que pronto la familia, lo que quedaba de ella después de esa guerra, estaría toda reunida.
La familia se reunió hasta 1993. Acostumbrase a esa paz, tardó mucho más…
20 años después, todavía trato de entender dónde y cuándo me encontró la paz. Todavía me pregunto sí realmente habrá llegado para mí. Quizás es porque sigo necesitando saber las últimas palabras de Nelson, las de Francisco, las de Antonio, las de Geovany, las de Manuel; quizás porque todavía necesito saber quién ordenó hacer aquellos tres disparos que todavía resuenan en mi cabeza después de tanto tiempo… Quizás, para entonces, cuando ya exista un poco de verdad en este pedacito de mapa y la justicia se arme de valor encuentre la verdadera paz que necesitamos."