La noche del treinta y uno de diciembre del año de 1991 me resulta inolvidable. Celebraba mi primer año de trabajo como profesor de escuela en compañía de varias amigas de mi pueblo natal, Chinameca, allá en el departamento de San Miguel. No obstante la celebración de año nuevo, junto con ese grupo de amigas estábamos pendiente de las negociaciones, sabíamos que a partir de la Agenda comprimida que se firmó en Nueva York, la firma era solo cuestión de tiempo; sin embargo, teníamos claros que si la misma no se lograba durante el mandato del Secretario General Javier Pérez de Cuellar era probable que la comunidad internacional se desalentara en el apoyo hasta el momento dado y ello prolongaría el conflicto.
Cuando se dieron las doce de la noche, esperábamos que se diera la noticia. Recuerdo que Rafael Domínguez estaba en Tele prensa y era quien trasmitía los avances en ese momento, no recuerdo si lo hacía desde el lugar de las negociaciones o en la sede del canal. Aun no olvido que aunque nos dimos los abrazos de año nuevo creímos que la paz no se firmaría; sin embargo, desbordamos en alegría, ya no solo nosotros sino todo el pueblo de Chinameca cuando se transmitió por el tele que se había alcanzado los acuerdos y que la guerra había terminado. Creo que mi pueblo celebró con mucha alegría ese hecho porque constantemente se daban enfrentamientos armados entre ambos mandos. Como jóvenes de aquella época, sabíamos que con la firma terminaba la zozobra de los toques de queda y del reclutamiento forzoso, de los paros al transporte y de morir asesinado por cualquiera de los bandos ante la leve sospecha de apoyar al enemigo.