Nombre: Tania Pleitez Vela
Ocupación: investigadora de literatura
Edad: 42 años
El día de la firma de los Acuerdos de Paz me encontraba sola, en San José, Costa Rica, donde vivía desde 1990. Mi familia estaba en El Salvador. A solas me conmoví y pensé en todos los innumerables rostros que alguna vez había visto en los periódicos: fotografías bajo las cuales un familiar solicitaba ayuda para encontrar ya sea a su hija, su hermano, su esposa, su padre, todos desaparecidos. Rostros que durante mi niñez y adolescencia me perseguieron y que angustiaron mi corazón de “niña bien” del Británico, dónde nadie hablaba de eso y estudiábamos la historia británica, el proceso de independencia de los Estados Unidos, la Boston Tea Party y esas cosas. Nunca expresé esa angustia porque no había aprendido a reconocer mi voz. Pero ese 16 de enero, mientras pasaban imágenes de la gente celebrando en las plazas de El Salvador, a solas, experimenté una sensación extraña, entre nostálgica y eufórica. Me imagine allá, en El Salvador, como si recuperara una memoria que había permanecido escondida durante muchos años. El Salvador se me aparecía ahora no como el país al que había odiado cuando me marché, sino aquel que había amado a los cinco años, bajo un almendro en la playa, con una semilla de almendra entre la lengua y el paladar, cultivando lo inefable. Me asomé a la ventana y me encontré con un San José indiferente, con sus sonidos de siempre, sus casas de siempre, sus calles de siempre. Pero dentro de mí una voz serpenteaba y se empeñaba en salir.