Celia no recuerda la última vez que comió carne

Al esposo de Celia López lo mataron las pandillas un 2 de abril de 2017. Tuvo el infortunio de toparse con algunos de esos criminales cuando volvían de cometer otro homicidio en el caserío Los Soriano, Tacuba. 

Víctor Peña
Martes, 18 de julio de 2023
Julia Gavarrete

En la casa de Celia López no se come arroz desde hace tres meses. Los diez dólares que gana a la semana son insuficientes para comprarlo. Tampoco se come lácteos o huevos y ni hablar de carne, que no pasa por su mesa desde quién sabe cuándo. Ni siquiera recuerda la última vez que tomó una sopa de pollo o comió un pedazo de res. Hace poco se le acabó el café, el azúcar y los días que le restan para seguir teniendo maíz se cuentan con los dedos de las manos. 

Los diez dólares de ingreso semanal no son fijos. Hoy, tiene; mañana, quizá no. Depende de su audacia para vender en las comunidades cercanas hojas de mora y pastelitos rellenos de vegetales. Este 2 de mayo, por ejemplo, su familia no tuvo dinero ni para champú ni para otro artículo de limpieza: “Con el jabón para lavar ropa nos bañamos”, cuenta. Si el negocio no va bien, la familia de Celia depende de ofrendas que le hacen llegar sus parientes.

Celia tiene 42 años, es madre de seis  -cinco hijas, un hijo- y agricultora, como lo ha sido toda su familia. Los 40 dólares al mes que consigue apenas son una cuarta parte de lo que necesitaría para cubrir los 171.07 dólares que vale en promedio una canasta básica en el área rural para una familia de 4.26 miembros. Pero en casa de Celia son siete: de ella dependen cuatro hijas, un hijo y un nieto de dos años y medio, que ella cuida desde diciembre que su hija mayor abandonó la casa. Toda la familia vive en una champa improvisada, de paredes de adobe, cubierta de plástico negro y lámina reciclada, construida con la ayuda de los hermanos de Celia cuando se mudó al caserío El Centro, del cantón El Jícaro, una zona rural a 13 kilómetros del municipio de Tacuba, en Ahuachapán. Llegó aquí tras enviudar.

Al esposo de Celia López lo mataron las pandillas un 2 de abril de 2017. La tarde de ese domingo, él corrió con el infortunio de toparse con unos pandilleros que volvían de cometer otro asesinato. Vivían en el caserío Los Soriano, uno más de Tacuba azotado por el control de las pandillas. No había semana en la que de allá no se supiera de un muerto, de masacres o de un intercambio entre policías y pandilleros. Celia huyó de ese caserío por miedo a que fueran por su familia. “¡Venite con nosotros! -le dijeron sus hermanos-, no te vamos a dejar sola”. Por miedo tampoco denunció el crimen. “Con acusar, no lo voy a revivir. Dios tarda, pero no olvida. En eso me he quedado”, dice. Su hija más pequeña tenía seis meses de nacida cuando ocurrió. Sus hermanos comenzaron a apoyarla cada quincena con cinco o diez dólares, frutas y un par de verduras de lo que ellos cosechaban. Esa ayuda terminó en agosto de 2022 cuando ellos fueron detenidos por el régimen de excepción. Hoy están encarcelados en Mariona a la espera de un juicio. Celia no tiene claridad de con qué pruebas acusan a sus hermanos de ser pandilleros o colaboradores de esas estructuras criminales.  

El control que mantuvo la MS-13 en el cantón El Jícaro es evidente por todo el trayecto desde el municipio de Tacuba. Este era un escenario de múltiples asesinatos y enfrentamientos entre pandilleros y la Policía. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
 
El control que mantuvo la MS-13 en el cantón El Jícaro es evidente por todo el trayecto desde el municipio de Tacuba. Este era un escenario de múltiples asesinatos y enfrentamientos entre pandilleros y la Policía. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

 

Este 2 de mayo de 2023, Celia no ha logrado recuperar con la venta de hojas de mora toda la inversión que hizo, porque no siempre sus clientes tienen para pagarle en el instante. Ella da su mercadería bajo promesa de que ese dinero regresará. En su despensa hay cinco huevos que una pariente le regaló y harina para hacer pan. También guarda un par de papas, una zanahoria, un pedazo de repollo y una botella de plástico con un poco menos de cuatro onzas de aceite; pero esa es la materia prima para hacer los pastelitos con verduras que vende a 25 centavos de dólar entre sus vecinos. Eso no se toca a menos de que no haya nada más que comer. “A más no haber…”, dice Celia. Por ahora, tiene un puñado de masa de maíz. “A más no haber”, repite mientras palmea las tortillas que se convertirán en almuerzo, cena o desayuno. Las 25 tortillas que hizo este día deben alcanzar para, al menos, una semana. 

El 2 de mayo de 2023, Ronald, de 13 años e hijo de Celia, tiene vómitos, calentura y dolor de cabeza desde hace tres días, sin acceso a consulta médica. La única prevención fue no asistir a la escuela durante una semana. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
 
El 2 de mayo de 2023, Ronald, de 13 años e hijo de Celia, tiene vómitos, calentura y dolor de cabeza desde hace tres días, sin acceso a consulta médica. La única prevención fue no asistir a la escuela durante una semana. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Esta familia ha comenzado a sacrificar un tiempo de comida. Suelen comer el desayuno y hacer un almuerzo tardío. Eso ha puesto a pensar a Celia una y otra vez en irse a trabajar a Ahuachapán, ganar unos 200 dólares como empleada doméstica y cubrir lo mínimo, porque para cubrir el contenido nutricional básico de sus seis familiares y suyo, Celia necesitaría en promedio 281.12 dólares; es decir, 40.16 dólares por cada una. “Pero mis hijas me piden que no las deje, que ellas me ayudarán a vender los pastelitos para que no me vaya”, cuenta. Celia no se atreve a dejar a sus hijas solas, quiere que terminen sus estudios. La más grande tiene 17 años, le sigue una de 14 años, un niño de 13, una de 11 y la más pequeña de seis. Su plan es labrar la tierra, pero no ha estado bien de salud. Por eso perdió la última cosecha de maíz, porque no pudo atender su parcela debido a un periodo de enfermedad. Eso la ha obligado a comprar por arroba el maíz o esperar a que alguien le regale algo. El frijol tampoco lo cultivó: la semilla que entregó el Gobierno llegó en septiembre, cuando en su comunidad la esperaban en agosto. Eso provocó una siembra fallida. Por eso optó por guardar el saco para cuando llegue la próxima temporada de siembra. No sabe si las semillas aún sirven. “Probaré hoy, en mayo, a ver si da”. Celia decidió dejarlo todo a la suerte.

Hoy, julio de 2023, dos meses más tarde, dice que sembró una parte, pero no consiguió que crecieran, así que el resto que guardó decidió comérselo… A más no haber.