La dieta de Fanny: guineos, sopa de chipilín, flor de izote
“El desayuno casi nunca lo hacemos, aquí máximo son dos tiempos de comida”, dice la mujer de 34 años, habitante de la recóndita comunidad El Rescate, en Usulután.
Carlos Barrera
Lunes, 24 de julio de 2023
Julia Gavarrete
Fanny Parada lleva todo el año desempleada. Su último salario fue de 96 dólares en una finca de café. Trabajó todos los días, de 7 a 12 del mediodía, durante tres semanas. En enero ya no regresó. Fanny tiene 34 años y vive con sus hijas de 14, 10 y año y medio, en la comunidad El Rescate, a la que se llega atravesando las áreas más boscosas entre las que se esconden buena parte de las comunidades del municipio de Berlín, en Usulután. La escuela más cercana está a dos horas a pie. Todos los días, sus hijas, Kenia de 14 años y Nancy de 10, recorren cuesta arriba un camino desolado de tierra para llegar a tiempo a sus clases: salen antes del amanecer y vuelven pasado el almuerzo. Es eso o quedarse sin estudios.
Es casi el mediodía del 28 de abril de 2023. Pregunto a Fanny qué ha pensado almorzar. “Frijoles fritos y tortilla”, me responde. Cuando le pregunto si puede contarme qué desayunó, responde con timidez: “El desayuno casi nunca lo hacemos, aquí máximo son dos tiempos de comida”.
Fanny es madre soltera. Vive en medio de paredes de láminas y ladrillos, sin energía eléctrica ni servicio de agua potable -como es usual en muchas comunidades de Berlín, donde se sobrevive con agua de lluvia-. En casas como la de Fanny se iluminan con candelas por las noches, pero suelen usar solo una, para ahorrar. Sus hijas tienen que optimizar el tiempo durante el día para estudiar o, de lo contrario, terminan sus tareas en la oscuridad. Ellas compran lo que comen con las ganancias que dejan las ventas de sus cultivos: maíz, frijol o naranjas que cosechan en febrero y noviembre. De ahí vienen los ingresos de Fanny: a veces tiene 100 dólares y a veces logra hacer 150 mensuales. Esta cifra toma en cuenta la pensión de $35 que el padre de una de sus hijas dejó tras fallecer hace unos meses. Con esto compra aceite, un cartón de 30 huevos para cubrir una quincena, arroz, azúcar, café y leche. “Ya para el vestuario sí tenemos que ver cómo hacemos”, cuenta.
No hace mucho tiempo, a esta familia le llegó una donación gestionada por la Asociación de Ayuda Humanitaria Pro-Vida. El día que Fanny recibió la ayuda no tenía comida en su despensa. Las tres libras de arroz, tres de azúcar, unas bolsas de aceite, otras bolsas de harina fortificada, sopas instantáneas y leche en polvo la rescataron de hambrear. “Me preocupa la más chiquita, ella tiene problemas de estómago. Debo rebuscarme para siempre tenerle leche”, dice Fanny. Cuando se quedan sin comida y no hay más dinero, recurren al chipilín. Lo comen hasta tres veces por semana en sopa, y guineos en el desayuno, pero sólo en época de cosecha; o flor de izote con huevo para el almuerzo, pero cuando es temporada. Nancy y Kenny comen en la escuela. Ahí les dan arroz con frijoles o atole.
Hace cuatro meses, el papá de Fanny les envió sopa de res. Esa fue la última vez que comieron carne. Antes de eso, sus hijas le habían preguntado si un día podían comer pollo. Fanny les compró media libra, que le costó $2.50. “Las niñas venían pidiéndome que les hiciera carne entomatada, pero no me alcanzó más que para el pollo. Pero tantas eran sus ganas, que ni falta les hicieron los tomates”, describe Fanny sobre el paso fugaz que tuvo aquel animal sobre su mesa.
La falta de trabajo les sumerge en un estado de calamidad que se agudiza si no llueve o si las gallinas dejan de poner huevos o si las reservas de maíz y frijol bajan. “Aquí hay trabajos, pero sólo meten hombres a trabajar. Como son trabajos pesados”, cuenta Fanny. Chapodar es uno de esos trabajos. Fanny a veces consigue que le den ese empleo y entonces complementar con algo la dieta habitual de guineos, sopa de chipilín y flor de izote.