"¿Carne? Quizá una vez al año"

Ambrosio ni siquiera tiene una idea clara de cuánto es el ingreso que tienen al mes. En su familia viven de los ocho dólares al día que él recibe por trabajar en tierra ajena. Su hijo de 17 años también lo hacía, pero fue capturado en el régimen de excepción. 

Víctor Peña
Lunes, 14 de agosto de 2023
Julia Gavarrete

Los hijos de José Ambrosio Hernández toman atole de maíz en vez de leche y son los únicos que usan jabón o champú a la hora del baño. “Eso sólo para los niños chiquitos”, dice este hombre de cabello negro y de incesante sonreír. Ambrosio tiene 46 años y cinco hijos: José, de 17 años; Romel, de diez; Cristian, de siete; Moisés, de dos; y Carlitos, de cinco meses. Vive con ellos y su esposa, Rosa González, de 39 años, en el cantón Valle Grande de San Simón, en Morazán, en una casa rectangular de adobe, cubierta con lámina picada, en la que únicamente hay tres catres, unas viejas sillas de plástico y una hamaca que cuelga al centro de la pieza. Afuera, en un cuarto anexo, más pequeño, tienen una cocina de leña y una mesa de madera. Sobre ella, tres tomates, una bolsa de aceite, azúcar y una cubeta con granos de café.

Aquí la pobreza es una grieta cada vez más profunda acentuada por la lejanía y el poco acceso a lugares como este. Por eso no sorprende cuando Ambrosio cuenta que los tiempos de comida de cada día son los mismos siempre, con apenas variaciones: sopa de frijoles, frijoles refritos, frijoles con tomate y tortillas. Si acaso hay huevos o tienen cualquier agregado sólo lo comerán los niños. El arroz está permitido dos veces por semana. “El queso no lo comemos. ¿Y la carne? Quizá una vez al año”, calcula. San Simón es uno de los municipios más pobres de El Salvador. El Fondo de Inversión Social para el Desarrollo Local y el mapa de desnutrición del Programa Mundial de Alimentos lo sitúan en pobreza extrema severa.

José Ambrosio Hernández, de 46 años, junto a su madre, Agustina Hernández, de 71 años. Ambrosio es padre de siete hijos y es un agricultor que sobrevive de la siembra de maíz y frijol en el cantón Valle Grande, del municipio de San Simón, en el departamento de Morazán. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
 
José Ambrosio Hernández, de 46 años, junto a su madre, Agustina Hernández, de 71 años. Ambrosio es padre de siete hijos y es un agricultor que sobrevive de la siembra de maíz y frijol en el cantón Valle Grande, del municipio de San Simón, en el departamento de Morazán. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Ambrosio ni siquiera tiene una idea clara de cuánto es el ingreso que tienen al mes. En su familia viven de los ocho dólares al día que él recibe por trabajar en tierra ajena. Dependiendo de la cantidad de días que tengan oficio, así comerán. Ese dinero, cuando llega a sus manos, se convierte en papas que compran en oferta, en tomates o en una libra de arroz de $0.75. Tener maíz o frijoles dependerá de su milpa, que no todo el tiempo sobrevive a las plagas o a la crisis climática. Para garantizar granos, Ambrosio debe disponer del poco dinero que tiene para comprar abono o fertilizantes. En este cantón sólo hacen una siembra en el año, la de mayo. Si siembran en agosto, la milpa se convierte en un zacate raquítico que no termina de echar mazorca.  

El principal problema de la compra de granos es que cada vez suben más. Como el quintal de maíz, por ejemplo, que hoy cuesta 33 dólares, unos diez dólares más de lo que costaba a final del año 2022, cuando se conseguía entre 23 y 25 dólares. Este aumento ha sido registrado por la Mesa para la Soberanía Alimentaria. 

Por ahora, en su familia recurren a comprar los frijoles por libra, a un dólar. Esto pasa porque el año pasado Ambrosio no pudo sembrar. Se vio beneficiado de la entrega de frijol que da el Gobierno, pero prefirió no tomarla porque llegó con retraso. “Tenía el terreno para sembrar, pero el frijol llegó el 25 de septiembre, cuando la entrega tiene que ser en agosto para que se vea cosecha”, explica. Sabe leer muy poco, porque únicamente cursó hasta segundo grado. Pero no vacila en temas de siembra, sabe perfectamente cuándo es la mejor época.

El invierno pasado terminó con torrenciales lluvias que dejaron a San Simón sin buena parte de los cultivos. El 9 de octubre de 2022, la tormenta Julia se filtró en la casa de Ambrosio, inundando parte de la habitación donde duermen, comen y guardan sus granos. Ese día, la tormenta, que venía recorriendo el Caribe, ingresó al país: desbordó ríos, inundó siembras, derrumbó estructuras. 161 viviendas se vieron afectadas. Al menos diez personas murieron en El Salvador. 

José Ambrosio recolecta cualquier cultivo que encuentra a su paso en los alrededores de sus casa. Eso hizo con este fruto de cacao, que estaba en su punto para ponerlo a secar bajo el sol.
 
José Ambrosio recolecta cualquier cultivo que encuentra a su paso en los alrededores de sus casa. Eso hizo con este fruto de cacao, que estaba en su punto para ponerlo a secar bajo el sol. 'Aunque sea una taza de chocolate me dará', dice. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
 

¿Qué comerán? No es la única preocupación de Ambrosio: José, su hijo de 17 años, el que le ayudaba a trabajar e ingresaba ocho dólares más para la familia, fue detenido por el régimen de excepción el 14 de agosto de 2022. Hoy permanece en el centro de menores de Ilobasco, en Cabañas, a unos 13 kilómetros de casa, una distancia corta si se ve desde un mapa. Sin embargo, para llegar hasta ahí, Ambrosio debe tomar al menos tres buses, porque viaja vía San Francisco Gotera, San Miguel, hasta llegar a Ilobasco. Cuando sólo viaja él, debe tener listos al menos diez dólares. Para la próxima audiencia de su hijo, Ambrosio tiene pensado llevar dos testigos. Ahí se le incrementa el presupuesto. Mínimo deben ser 40 dólares para pagarles comida y pasaje. 

La última vez que los llevó, la audiencia no se celebró porque no hubo transporte para trasladar a su hijo hasta el juzgado. Ese dinero lo había conseguido por donaciones. Ahora mismo no tiene ni para el pasaje de bus. “Así que ya le digo: no es fácil andar en estas vueltas. Me he encontrado con gente de Ahuachapán, Sonsonate, Santa Ana, y muchos me dicen ‘púchica, nos afecta esto porque venimos de lejos a gastar’”.  

Ambrosio ha podido ver a su hijo en un par de audiencias. “Ha cambiado un poquito”, comenta sobre la baja de peso que ha notado en José, al que cada vez que puede le envía un paquete con una calzoneta, una camisa, dos rollos de papel, jabón para lavar ropa, pasta dental y cepillo de dientes. Nada de comer, porque, según le dijeron, en el centro le dan comida a José. Ambrosio duda de eso. 

Los días pasan y la espiral de hambre de Ambrosio y su familia continúa. Como muchos, Ambrosio se refugia en aquella frase tan utópica como repetida en cantones como el suyo: “Dios proveerá”.