La decisión de Ana: huevos o arroz

De un año para acá, la familia de Ana ha tenido que reducir lo que compran aún más de lo habitual. Cuando compran arroz, evitan comprar huevos y viceversa.

Carlos Barrera
Lunes, 7 de agosto de 2023
Julia Gavarrete

El esposo de Ana Isabel Salgado gana entre 6 y 7 dólares al día por labrar o chapodar en terrenos ajenos. A su hijo le pagan lo mismo como agricultor. Así como entra ese salario cada semana, así se va. “En esta casa ni se mira el dinero”, describe Ana Isabel, que desde siempre ha vivido en el cantón El Corozal, en Berlín, una de muchas otras zonas rurales de este municipio con niveles de pobreza extrema alta y sin acceso a agua potable.

Su casa, rodeada de árboles frutales y construida con láminas de un brillo cegador en pleno mediodía, está sobre una loma que destaca en la amarillenta llanura de polvo. Ahí vive con su esposo, José Martínez, y sus cuatro hijos, de 27, 23, 18 y 9 años. 

El calendario laboral tiene dos tipos de actividades que se cumplen de manera religiosa en esta casa: seis meses se trabaja para ganar dinero y los otros seis se dedican a sus propios cultivos. De mayo a noviembre se ocupan en sus siembras, pero ese trabajo no recibe paga. Ana Isabel se encarga de que la comida alcance y de organizar el poco dinero que entra en esta época, que no pasará de los $100 mensuales. Los árboles que rodean su casa son de marañón, jocote y mango. Cuando hay marañón, hay mejores ingresos: ella vende esas semillas a un señor que pasa frente a su casa en un pick-up todas las semanas. Él le paga $20 por una cubeta de semillas. 

Hay hogares como el de Ana Isabel que con dificultad hacen cuentas de cuánto es su salario base, porque nunca es igual. A veces, antes, lograba comprar huevo, azúcar, sal, aceite, arroz, y con eso complementaba los frijoles y el maíz que cosechan. Pero, de un año para acá, han tenido que reducir lo que compran porque el dinero no alcanza. Para mayo de 2023, la inflación en el precio de los alimentos era de un 8.35 % en El Salvador, donde más de 210,000 personas cayeron el pobreza extrema en los útimos tres años. Como Ana Isabel y su familia, casi un millón de salvadoreños están ahora mismo en fase crítica o de emergencia en términos de inseguridad alimentaria: no comen lo que deben, se saltan tiempos de comida, no saben si tendrán qué comer en el futuro inmediato. Están al borde de la hambruna. Hoy por hoy, cuando en casa de Ana Isabel compran arroz, evitan comprar huevos y viceversa. Cuando hay arroz, se come sopa de arroz con mora o arroz con frijoles y tortilla. La dieta no varía de elementos, a menos de que haya huevo, que también se come con frijoles y tortilla. 

Ana sostiene en sus manos lo último de arroz que queda para su familia, lo que sobra de una arroba que recibieron como donación. Aparte del arroz, en la alacena de Ana hay únicamente aceite y un recipiente de leche que contiene azúcar. Foto de El Faro: Carlos Barrera
 
Ana sostiene en sus manos lo último de arroz que queda para su familia, lo que sobra de una arroba que recibieron como donación. Aparte del arroz, en la alacena de Ana hay únicamente aceite y un recipiente de leche que contiene azúcar. Foto de El Faro: Carlos Barrera

“Hoy, el poquito de arroz que tenemos ya se nos va a terminar”, dice Ana Isabel sosteniendo un puñado de arroz que le queda de una donación de 25 libras que una organización hizo a su comunidad hace unos meses. No tienen para comprar carnes y menos leche. “La última vez que comí pollo fue por una fiesta a la que fui hace unos meses”, dice.

Más que no tener dinero, les preocupa perder cultivos: o porque llueva poco o porque llueva de más. Con la tormenta Julia perdieron lo que podrían haber vendido, pero sacaron lo poco que hoy comen. En dos meses, la reserva que tienen se acabará. Cuando eso ocurra, su familia dependerá de los ingresos que les genere el trabajo. Chapodarán, labrarán en tierra ajena por seis o siete dólares al día, y luego se comerán lo que compren con ese dinero, para volver a chapodar y labrar en tierra ajena al día siguiente.