Yo sí hice la paz
Frederick Meza / Fotos: Frederick Meza
Publicado el 16 de Enero de 2012

Exsoldados y exguerrilleros se reencuentran. Después de terminada la guerra civil, muchas personas que combatieron en bandos opuestos tomaron caminos que los llevaron a encontrarse con sus anteriores enemigos. Algunos de ellos incluso se enfrentaron a balazos y ahora se sientan uno junto al otro, se dan la mano, trabajan lado a lado y recuerdan aquellos días de fratricidio.

Los diputados

 

Durante la guerra civil, las vidas de César Reyes Dheming (a la izquierda) y Luis Corvera vivieron como en universos paralelos y antagónicos. Las coincidencias son tantas que incluso ahora, en 2012, son diputados en la Asamblea Legislativa, el primero bajo los colores del partido de derechas Arena, y el otro, representante de la exguerrilla y hoy partido de izquierdas FMLN. Los dos son integrantes, además, de la Comisión de Seguridad Pública del parlamento.

A mediados de los años 70, ambos comienzan a sentir el cosquilleo por defender sus ideales. El cruce de la vida de ambos empieza cuando deciden tomar las armas, los dos en 1977. Reyes Dheming, de familia de tradición militar, ingresa a la Escuela Militar en San Salvador y eventualmente pasa a formar parte del Batallón Belloso. El mismo año, Corvera, estudiante y campesino, se incorpora al Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) desde la organización de base “Movimiento de Liberación Popular” (MLP) en su natal San Vicente. Desde entonces, ambos recorrieron gran parte de El Salvador dirigiendo “combates encarnizados”, como dice Corvera.

Sus habilidades en el campo de batalla llevaron a ambos a obtener el cargo de “jefe de operaciones” dentro de sus escuadrones. Con esa responsabilidad los encuentra la ofensiva “Hasta el Tope” que el FMLN lanzó en noviembre de 1989 y los hombres bajo su mando se enfrentan en el centro de Soyapango. Con ambas filas de hombres frente a frente y bajo una lluvia de balas, pasaron tres días de combates ininterrumpidos. Sin embargo, cuando la comandancia del FMLN ordenó retirarse, la columna que dirigía Corvera dio paso atrás, y de esa manera el Batallón Belloso retomó el control de Soyapango. 22 años después sostienen largas horas de conversación, recordando ese encuentro, pero ya se consideran amigos. También coinciden en que los acuerdos de paz fueron un paso significativo para la democracia, aunque ambos piensan que si no se hubiera detenido la beligerancia su bando habría podido ganar la guerra.

Los primos

 

“Mirá, como que ese es Miguel”, le dijo Jacinto Cabrera López (de camisa roja en la foto) al hombre que lo acompañaba. “Sí, como que sí. Démole, pues, no hay de otra”, le respondió su compañero. Miguel (de camisa azul) también los vio y no se sorprendió de lo que pasaría. Aquella mañana de abril de 1980, los primos Jacinto Cabrera López y Miguel Ángel Cartagena, ambos originarios de Tenancingo, luego de varios años de no verse, se encontraron por primera vez en el cerro El Pepeto, en las cercanías de este municipio de Cuscatlán. El saludo fue una escaramuza de disparos, que duró no más de 10 minutos. Jacinto Cabrera López, quien hoy tiene 74 años, era por ese tiempo patrullero de caminos (un cuerpo paramilitar), y estaba precisamente patrullando los cerros cercanos a Tenancingo, junto a un grupo de soldados, cuando vio, a una distancia de 200 metros, a tres hombres armados que le parecían sospechosos. En efecto, era parte de una columna guerrillera que andaba reconociendo la zona. Entre ellos estaba su primo Miguel, hoy de 69 años de edad, con quien se criaron juntos en Tenancingo y con quien, en los años 70, también había trabajo durante mucho tiempo como maquinista en la extinta Dirección de Caminos del Ministerio de Obras Públicas.

Jacinto recuerda aquellos días con un brillo especial en los ojos. Ingresó al ejército en 1959, reclutado forzosamente a los 23 años. Desde entonces también formó parte de la Policía Nacional, Guardia Nacional y Defensa Civil. Incluso participó en la guerra de las 100 horas, en 1969, contra el ejército hondureño. Para los años 70, era parte de los oficiales destacados en Tenancingo. Ahí integraba el comando local y además resguardaba la seguridad pública del municipio y tenía a su cargo el patrullaje de los cantones cercanos. “A saber cuántas veces nos agarramos a balazos con este Miguel y otros familiares más en esos cerros”, comenta Jacinto. Estuvo en la Defensa Civil hasta 1983, cuando cansado de las balas y las largas caminatas decidió retirarse junto a su familia a Cojutepeque, donde se dedica a la albañilería y a la confección de sombreros de palma, actividad a la que se dedica hasta ahora. A Tenancingo volvió hasta 1989, cuando se reencontró con Miguel. Para entonces, Tenancingo formaba parte de los “territorios liberados” y Jacinto formó parte de la población que ayudó al FMLN a abastecerse. Miguel, por ese tiempo era ya comandante guerrillero y su seudónimo fue “Junior”. Miguel también se sintió obligado a incorporarse a la guerrilla en 1979, pues el ejército y unidades paramilitares mataron a un primo, al cual lo acusaron de pertenecer al Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria (MERS). Él era el siguiente en la lista. En los siguientes meses le quemaron la casa y le robaron el poco ganado que tenía. Sin nada, decidió dejar a su familia, se retiró a una cantina, compró un cuarto de licor y se incorporó a las FPL. “En unos meses llego”, le dijo a su familia, convencido de que la guerra iba a ser corta, y así pasaron 12 años. En 1992, Junior no estaba convencido de que los acuerdos de paz iban a ser la solución, pues aún creía en la victoria armada. Le dio lástima que destruyeran los fusiles nuevos AK-47 que les habían dado. Acabada la guerra, se encaminó a ir a ver a la familia. Como desmovilizado recibió un crédito, compró un pick up y se dedicó a la venta de verduras. Fue hasta 1997 cuando el FMLN ganó la alcaldía de San Salvador y entonces fue llamado a incorporarse al Cuerpo de Agentes Metropolitanos, donde todavía está destacado.  

Los agentes del CAM

 

“Los primeros días me daba miedo quedarme a dormir en la misma galera donde estaban los oficiales que eran del ejército. Me preguntaba, ¿me van a matar, querrán hacerme algo malo?, por eso me iba dormir afuera”, cuenta Mario Antonio Cibrián, alias “Tony” (a la derecha en la fotografía), un ex guerrillero que llegó en 1997 a las filas del Cuerpo de Agentes Metropolitanos (CAM) de San Salvador. Tras cinco años de paz, los temores y desconfianzas propios de la guerra aún estaban presentes. Sin embargo, cuando comenzó a conocer a sus compañeros, los miedos fueron disipándose. Tony llegó a esta unidad cuando su antiguo jefe, Eduardo Linares -su ex comandante guerrillero en las FPL- le propuso trabajar ahí. Desde los acuerdos de paz no había podido conseguir un trabajo estable. En el CAM se encontró con Concepción Ramírez Artiga (a la izquierda), quien había sido agente de la Policía Nacional y miembro de la inteligencia del Estado. Desde entonces se llevan muy bien, a pesar de que durante la guerra eran enemigos sin saberlo. Artiga entró al CAM en 1993, luego de que depuraran la Policía Nacional. Él estaba en esa institución desde 1984 cuando dejó su tercer año de bachillerato en el ITI para integrarse a la PN. Dice que no entró por resentimiento hacia la guerrilla, sino porque le gustaba el uniforme y porque quería sentir la adrenalina de la guerra. En el 86 tuvo su primer gran enfrentamiento en San Miguel, ocasión en que resultó herido por esquirlas de una granada.

Para Artiga,1992, fue un año importante. "Tras la firma, los jefes nos cambiaron el casete". Los reunieron a todos los policías y les dijeron que ya no tenían enemigos y que todos eran salvadoreños. Desde entonces, bajó la guardia y buscó acercarse a sus antiguos enemigos de guerra.

En retrospectiva, Cibrián afirma que el tema económico es la gran deuda de los acuerdos de paz. Afirma que las diferencias entre ricos y pobres aún se mantienen. Recuerda cuando él vivía en Tecoluca, San Vicente, y una terrateniente de la zona daba de comer a sus perros diariamente cinco libras de carne, mientras que la gente del cantón no comía nada. También cree que muchas instituciones, como la PNC y otras del sector justicia, se han desnaturalizado y esa es una causa de la violencia que sufre El Salvador. Artiga dice que en el CAM "todavía hay gente que huele a pólvora”, pero lo importante es que la mayoría intenta armonizar en el trabajo por el que les paga la municipalidad.  

Los policías

 

Después de que se firman los acuerdos de paz, la vida no les resultó nada fácil a Saulo Erazo (camisa blanca) y Yohalmo Castro (camisa azul). Tuvieron que pasar varios años y de ires y venires para que se pudieran estabilizar. Ahora ambos son agentes de policía destacados en la división de protección de personalidades importantes (PPI) pero llegar hasta ahí les costó mucho. Así es su historia: Saulo Erazo, de 48 años, hace siete años que ingresó al PPI, como escolta del diputado del PCN Rafael Machuca. Luego de varios años sin salario fijo, y trabajando como un “hacelotodo”, no le pareció mal esa plaza. En 1993, Erazo formó parte de la primera generación de graduados de la Academia Nacional de Seguridad Pública. Había sido elegido por la comandancia de la Resistencia Nacional, organización parte del FMLN, para engrosar la cuota de personal policial originario de la guerrilla, como dictaban los acuerdos de paz. Erazo estaba en esa organización desde 1978 y estuvo como encargado de realizar cables operativos para ataques guerrilleros, en el norte de Morazán. Cuando le notificaron, en 1992, que iría a la ANSP, primero dudó y pidió no ir, pero después de pensarlo bien aceptó el mandato de sus jefes. Al llegar, parecía que todo iría bien, pero cuando recibieron su equipo y les dieron su primer salario, no fue como pintaba la promesa: armas oxidadas y viejas y la mitad del salario prometido. Se fueron a huelga. El actual director de la policía, Carlos Ascencio, quien había sido su comandante en la guerra, llegó a pedirles que la disolvieran. Saulo, enojado, tomó la palabra, y le dijo: “La última orden que recibí fue "andate a la PNC", allá en la montaña eras mi comandante, ahora no”. La huelga se mantuvo algunas semanas, pero al no ver salida, aceptaron seguir como estaban. Sin embargo, a la semana, recibió su carta de despedido por haber guiado la huelga.  

Yohalmo Castro, en cambio, no vio combates en la guerra, pues su papel fue como ejecutivo de maestranza logística en el Estado Mayor, es decir, administrar papeleos. En 1987 ingresó porque quería un trabajo formal para escalar socialmente y dejar de ser albañil. Ahì llevaba el control del estado de las armas, uniformes, y de movimientos de las tropas. Luego de la firma de los acuerdos de paz, el ejército depuró sus filas, y en 1993 volvió a la vida civil para trabajar otra vez de albañil, hasta que en 1996 ingresó como custodio en centros penales. En el año 2004, tras tener problemas con pandilleros, ingresó a la PNC, a la división PPI.

Castro y Erazo se consideran amigos. Castro dice que nunca vio con odio a los guerrilleros y expresa una admiración por la lucha de estos, aunque ahora afirma no casarse con ninguna ideología política. En su trabajo comparten días enteros juntos. Para que esto sea posible, afirma Erazo, es que han llegado a una madurez política avanzada y que se admiran mutuamente como personas. Eso sí, ambos se sienten orgullosos de su papel dentro de la guerra. 

Un guerrillero con los militares lisiados 

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Mariano de Jesús Ramos, “Odir”, de 50 años (a la derecha de la fotografía) entra y sale de la cooperativa de lisiados de guerra “Teniente coronel Domingo Monterrosa” como si fuera su casa. El nombre de la cooperativa -Monterrosa fue uno de los oficiales más relevantes del ejército durante la guerra civil- y sus miembros -exsoldados, lisiados también- no le incomodan a este exguerrillero. Odir fue miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), el brazo armado del Partido Comunista de El Salvador (PCS). Perdió su pierna derecha debido a un balazo durante la ofensiva de 1981 y fue radista del emblemático comandante Simón, Schafik Hándal. Pero ahora es miembro activo de la Asociación de Lisiados de la Fuerza Armada (ALFAES), donde trabaja de lleno para lograr que el gobierno les dé una pensión mayor a los lisiados de guerra. Él llegó a ALFAES en 2008, cuando pidió ayuda para solicitar un crédito, por su condición de lisiado de guerra. En ALFAES fue bien recibido. “Borrón y cuenta nueva”, se dijo a sí mismo, cuando le ofrecieron trabajar con ellos. Ahora es directivo. Aunque trabaja con exsoldados, afirma que todavía es militante del FMLN, y es miembro de los comités de campaña de San Salvador. Apoyó a Violeta Menjívar en las dos campañas por la alcaldía de San Salvador y ahora piensa apoyar a Jorge Schafik hijo en su búsqueda de la municipalidad capitalina. 

Junto a Odir, otro miembro activo de ALFAES es Fernando Rivas (de camisa de botones). Rivas sí fue soldado. En 1987 fue reclutado en su natal San Juan Tepezontes y desde entonces aceptó la vida militar. Hasta el 4 de enero de 1991, cuando estaba patrullando en la zona del puente Colima sobre el río Lempa, en el límite entre San Salvador y Chalatenango. Su patrulla fue emboscada y él recibió una ráfaga de balas que le destrozó su pierna derecha. Fue remitido al Hospital Militar, donde por una mala praxis la perdió por completo. Fue dado de baja y remitido al Centro de Rehabilitación Profesional de la Fuerza Armada (Cerprofa), donde le dieron unos cursos de albañilería y tras unos meses lo enviaron a su casa. En 1993 se unió a ALFAES para tratar de ganar una pensión digna, y desde entonces, sigue en esa búsqueda.

Ahora, cuando ALFAES sale a reclamar mejores prestaciones, en la vanguardia de las marchas van Odir y Fernando, que a menudo desfilan en ropas menores. Ambos se consideran amigos y afirman que el apoyo que se dan entre ellos les ayuda a rehabilitarse del trauma de guerra. “Nosotros a veces bromeamos con los compañeros que estuvieron en el bando contrario: a saber si vos me pegaste”, se dicen, mientras se cuentan historias de guerra. Dicen que nunca recibieron una ayuda sicológica. Los dos recibieron la paz con alegría, pero ambos afirman que la paz no les trajo nada en especial, pues nunca recibieron una pensiòn digna y el gobierno les dio la espalda.  

Líderes de comunidad

 

En el cantón El Espino, de San Pedro Perulapán, durante la guerra civil hubo un gran actividad bélica. Sus y habitantes se vieron involucrados casi a la fuerza en el oleaje del fragor de los enfrentamientos. Ángel Figueroa (izquierda) y Ricardo Centeno López (camisa celeste) se integraron el primero al ejército y el segundo a la guerrilla.

Ángel fue reclutado en 1970 por la Fuerza Aarmada y estuvo, desde entonces, en el cuartel El Zapote, donde se incorporó de lleno a la vida militar y ascendió hasta el grado de capitán. En el ejército, Figueroa creció y aprendió a ser un militar de escuela, pero en 2001 le dieron la baja y con la ayuda de familiares construyó un colegio en El Espino, del cual actualmente es director. 

Centeno no nació en El Espino pero se asentó ahí más tarde. Es originario de Tecoluca, y ahí recibió doctrina cristiana que lo motivó en1972 a ingresar en el Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria (MERS). Así empezó a cooperar, siendo un niño de 10 años, con la guerrilla. Era correo o "mula", como les decían. Se movía en toda el corredor que iba de Tecoluca hacia el norponiente, incluyendo la carretera panamericana y cerca de esta El Espino. Poco a poco Centeno se fue quedando en esa zona, hasta que conoció a su actul esposa, quien sí es originaria de El Espino.

Al finalizar la guerra, ambos terminaron asentados en ese lugar. Figueroa reconstruyó la casa familiar y ahora, como director del colegio más importante de la localidad, tiene voz en las decisiones de la comunidad. Centeno se dedica al trabajo de desarrollo comunitario, sobre todo labora en proyectos agrícolas, y también es miembro del comité de base municipal del FMLN. En 2004, Figueroa fue candidato a alcalde de San Pedro Perulapán. No ganó, pero por ese rol comienza a juntarse con Centeno para discutir sobre trabajos que creen importantes para la comunidad y ahora trabajan permanentemente con ese objetivo común.  

Un militar con los guerrilleros lisiados

 

 

“¡Aquí me abrieron los ojos!”, dice Miguel Hernández, de 47 años (a la izquierda, en la foto), al recordar que nunca alguien en el ejército le respondió sus preguntas ni le ayudó tras el fin de la guerra civil. Dice que al llegar a la Asociación de Lisiados de Guerra de El Salvador (ALGES) supo de qué se trató la guerra en realidad. A sus 14 años, luego de ser reclutado en 1980 por la Primera Brigada de Infantería, le preguntaba a sus jefes cuál era el trasfondo de la guerra, "¿de qué se trataba, pues?". Y nadie le daba respuestas satisfactorias. Pero estando en el ejército encontró estabilidad, ya que el sueldo que ganaba, 880 colones, le dejaba para darle a su madre y le permitía ahorrar un poco para su futuro. Sin embargo, todo se frustró cuando a finales de 1989 un disparo de una ametralladora M2 calibre .50 le destruyó su pierna derecha.

El ejército le pagó una pequeña indemnización y le dio unos talleres de mecánica, pero eso no fue suficiente para sobrevivir, afirma. Desde entonces, se dedicó a la agricultura, en su natal San Luis La Herradura, en La Paz. Cuando vinieron los Acuerdos de Paz buscó el Fondo de Lisiados de la Fuerza Armada, para recibir alguna pensión, pero para su sorpresa, no recibió nada, pues llegó tarde a anotarse. En 1996 buscó una asociación de lisiados del ejército, pero tampoco logró nada. En su desesperación, se juntó con 15 compañeros más y fueron a tocar las puertas de ALGES, una organización de exguerrilleros lisiados. Fueron bien recibidos. Eso fue en 1998. En esa fecha, Israel Quintanilla (de camisa manga larga) estaba por unirse a ALGES. Quintanilla es un vicentino ex guerrillero proveniente de las FPL. Tras 10 años como combatiente, en 1988, pisó una mina en San Miguel y perdió su pierna derecha. Ahora es el presidente de la asociación. Desde entonces, ambos trabajan por obtener una pensión digna para los lisiados de guerra, y una ley para que también los padres de familia de los muertos en guerra tengan derecho a pensión. 

Ahora, Miguel dice no arrepentirse de su paso por el ejército, pero acepta que los FMLN  “sí peleaban por una causa justa”, y que les tiene un gran respeto, sobre todo porque los de ALGES lo han apadrinado. Hernández es ahora uno de los dirigentes de ALGES.