En el entendido de que la cultura nunca ha sido prioridad en la agenda nacional, cuando se firmaron los acuerdos de Paz ya se había dado un paso importante con la creación del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, CONCULTURA. Esta institución, hoy convertida en Secretaría de Cultura de la Presidencia de la República, desde su creación en 1991 se planteó, entre otros propósitos, convertirse en un ente facilitador y promotor del hecho artístico estimulando la creatividad y buscando mayores niveles de participación ciudadana.
Este cambio o al menos esta intención rompía con los esquemas bastante dogmáticos respecto a la concepción de cultura y a la actitud paternalista del pasado y, desde luego, con el rol que intentó desempeñar el Ministerio de Cultura y Comunicaciones creado en medio del conflicto, durante la administración de José Napoleón Duarte.
Una buena señal de esta nueva concepción fue el fortalecimiento de muchas iniciativas ciudadanas o la creación de nuevas que, con el nombre de fundaciones, asociaciones o patronatos, asumieron un papel protagónico y, aparte de realizar sus propias actividades, empezaron a desarrollar proyectos con el apoyo de la nueva institución cultural del Estado, que implementó para tal fin un programa de transferencia de recursos. Este programa fue, en alguna medida, una versión menos compleja al fallido intento de crear un fondo de fomento para las artes que no contó con todos los apoyos necesarios. Uno de sus problemas fue, si mal no recuerdo, que en su consejo querían estar todos representados, haciendo inviable cualquier toma de decisiones. Esa pretensión hay que tomarla como un reflejo de los nuevos tiempos que empezábamos a vivir.
La solución, si bien fue una respuesta práctica ante las necesidades y carencias del sector artístico y cultural, también tuvo, como es común en nuestro medio, grandes aciertos y también muchos desaciertos ya que concentraba, en gran medida, en la persona de su titular la última decisión. Los criterios, en el mejor de los casos, debían formularse con el apoyo de las Direcciones Nacionales de Artes, Patrimonio Cultural y Promoción y Difusión Cultural como soporte técnico y en los miembros del Consejo Consultivo –cuando hubo– como expresión colegiada de las partes interesadas y sectores artísticos representados. Este programa de transferencias se ha modificado con el tiempo y se ha ajustado a la nueva realidad, especialmente política, como reflejo de la crisis económica.
En ese escenario los artistas a título individual tuvieron pocas oportunidades, ya que, por razones legales y administrativas, era difícil acceder a fondos. En el caso de los artistas plásticos, estos se vieron en la obligación de que su asociación, ADAPES (Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador), cumpliera con todos los requisitos para obtener su personería jurídica, la cual logró. Esta asociación se mantuvo, con altos y bajos, durante estos años, pero no siempre con una visión amplia de lo que es trabajar por un gremio. Pero con todo y eso cumplió, hasta fecha reciente, con sus objetivos. En la actualidad su labor es mínima o inexistente.
Otro intento de agruparse formalmente fue el de los diseñadores que crearon CROMA, asociación que en la actualidad no parece tener actividad alguna.
Destaco lo anterior porque en los gremios artísticos el hecho de asociarse durante el conflicto era casi impensable salvo que se hiciera con fines políticos. Antes existió, con poca efectividad, UGASSAL, Unión General de Autores y Artistas Salvadoreños que tenía, a mi juicio, una visión romántica del gremio aunque logró algunos avances como fue en su momento la declaratoria del Día del Artista Nacional. Aparte de ellos están algunos sindicatos, aún existentes, más ligados al mundo del espectáculo y de las variedades. También se mantiene en actividad, con un perfil no tan evidente como antes, la Asociación de Trabajadores de la Cultura, ASTAC.
A pesar de eso, iniciativas como la Fundación Julia Diaz, el Patronato Pro Cultura de El Salvador, el Patronato Pro Patrimonio Cultural de El Salvador, Pro-Arte de El Salvador, la Fundación Maria Escalón de Núñez y más recientemente la Asociación Museo de Arte de El Salvador, entre otras, replantearon su campo de acción y algunos focalizaron su trabajo para impulsar acciones relacionadas con las artes plásticas o bien sirviendo de contraparte a iniciativas de CONCULTURA. Algo que es necesario destacar es que, como consecuencia de la nueva realidad que se deriva del advenimiento de la paz, algunas de estas agrupaciones dieron un salto cualitativo y pasaron de organizar eventos a la ejecución de proyectos de carácter permanente.
Como siempre, el trabajo del artista se realiza, cuente o no con el respaldo de las instituciones, sean públicas o privadas. Eso es lo que ha sucedido en el pasado, en estos veinte años, y eso seguirá pasando en el futuro. Hay puntos de convergencia e iniciativas compartidas pero el artista, sea joven, emergente o ya establecido, seguirá su camino. Es sobre todo un creador. De él y de nadie más depende lo que logre en su vida, especialmente con su propuesta artística.
Es importante destacar que en 1995 se creó, gracias a la iniciativa del Patronato Pro Patrimonio Cultural de El Salvador, al apoyo de 25 artistas y al patrocinio de una empresa tabacalera que desde 1986 patrocina el Palmarés Diplomat de Artes Plásticas, la Colección de Pintura Contemporánea de El Salvador y se publicó un libro. Destaco que en ese momento se habló de un museo y algunos pintores llegaron al extremo de decir que no era necesario. Tengo la impresión de que el término contemporáneo fue usado, en esa ocasión, por primera vez en nuestro medio y por las obras que conforman dicha colección. El autor del libro, Luis Salazar Retana, lo usa más en sentido temporal que estético. Esta nueva colección pública se suma a la Colección Nacional y a la del Museo Forma, ambas restauradas gracias al programa de transferencias y otros valiosos apoyos.
En esta dinámica los estímulos son siempre un buen recurso para dar visibilidad, reconocer capacidades y descubrir talentos, especialmente en un medio en el cual la enseñanza artística deja mucho que desear. Al respecto vale la pena mencionar lo que recientemente expresara Walter Iraheta, uno de los artistas contemporáneos más importantes en la actualidad. Él dijo en su momento: “Lo mejor del arte joven es lo mala que es la Escuela de Artes”.
Iraheta ganó en 1998, con otros cinco artistas, el derecho a representar a nuestro país en la Primera Bienal Centroamericana celebrada en Guatemala. Su obra fue cuestionada localmente y algunos pintores de éxito alegaron que su propuesta no era pintura.
Al respecto vale la pena mencionar que la pintura ha dominado la escena artística nacional y paradójicamente durante el conflicto tuvo un auge sin precedentes. Pero también hay que decir que en esa época prevaleció más el criterio de cantidad que de calidad. Todos pintaban y, sobre todo, todo se vendía.
Hubo en esos años pintores de un cuadro y otros que, teniendo formación académica, se volvieron primitivos. Unos tocaron el tema del conflicto y otros lo ignoraron totalmente, pero al final de cuentas se pintaba. Cada quien trabajaba para mantener su segmento de mercado y un premio era un comercial a su favor.
De ahí las quejas de la selección realizada en el 98. Pero lo mejor vino después. Iraheta ganó la Bienal y el jurado internacional que lo premió indirectamente estaba abriendo en Centroamérica en general, y especialmente en nuestro país, nuevos espacios para las nuevas propuestas de muchos otros que, al igual que él, estaban realizando. La Bienal misma transformó su concepción original y se abrió a los nuevos lenguajes.
En alguna medida así empezó la revolución de las artes plásticas del país y ese movimiento aun continúa y, aunque tardíamente como siempre, nos hemos logrado ubicar en el presente y ser parte del movimiento que, como región centroamericana, se había iniciado en Costa Rica a principio de los noventa, a través del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y los posteriores esfuerzos de Teorética. En nuestro país es necesario destacar los esfuerzos realizados por Galería El Laberinto y con iniciativas como MESÓTICA que a nivel internacional empezó a mostrar un nuevo rostro de la región.
En esos años la obra se ocupó, al igual que en los actuales, de temas relacionados con el medio ambiente, de la violencia urbana e intrafamiliar, de la marginalidad, las identidades, las migraciones y, para expresarse, sus creadores utilizaron y utilizan los más diversos medios, dejando de lado los soportes tradicionales y siguen sorprendiendo al público que, hasta la fecha y en buen número, no logra asimilar estas nuevas maneras de ver y expresarse.
Esta nueva realidad, los reacomodos de algunos artistas establecidos, el surgimiento de nuevas instituciones, la creación de espacios alternativos y la participación en eventos internacionales no solo han validado logros individuales y colectivos de nuestros más audaces jóvenes creadores, si no que esta nueva realidad ha provocado para bien una movilidad de nuestros artistas en Centroamérica que es vista por los protagonistas de esta nueva etapa como espacio común, adelantándose como siempre a los discursos unionistas y a las buenas intenciones surgidas de innumerables cumbres de toda índole y jerarquía. A nivel de reuniones o convocatorias, las de los artistas han sido más efectivas.
En su campo, la celebración hasta la fecha de ocho Bienales de Artes Visuales del Istmo Centroamericano, celebradas cada dos años en los diferentes países de la región, es un éxito sin precedentes. Con ella se creó un nuevo sistema de integración.
En este momento, cuando hablamos de colectivos estamos ante un fenómeno propio de esta etapa de nuestro país. Estas agrupaciones, más allá de lo gremial o de intereses partidistas, responden a afinidades conceptuales y estéticas y son la mejor manera que los interesados han encontrado para suplir las deficiencias de su formación. La creación de círculos de estudio, de discusión, reflexión y crítica son las soluciones encontradas para tratar de ser más a través del conocimiento.
Esta nueva realidad no es producto de un plan concebido por alguna institución pública o privada. Es la nueva dinámica que vive el país desde que firmamos la paz. Se crean espacios y hoy se aprovechan en el mejor sentido de la palabra.
En El Salvador esto no sucede en todos los sectores. En el arte, sí. Especialmente en el campo de las artes visuales, que es como hoy se conocen lo que antes fueron artes plásticas. Al respecto no hay que olvidar que el - artista –como dijo el maestro Carlos Cañas en su momento– tiene algo de profeta.
Sabemos que hace falta mucho por crear y mejorar. Lamentablemente eso lo podemos constatar todos los días. A veces hasta parece que hemos retrocedido, cuando vemos acciones como la destrucción injustificada del mural de Catedral, hecho que es una afrenta al arte y al artista. ¿Y por qué no decirlo? A nuestro país y a su gente, que cada vez tiene menos símbolos con los cuales identificarse.
Pero si superamos similares afrentas en el pasado, no vemos por qué no podemos superar las del presente y evitar que sucedan en el futuro. Hoy nos podemos expresar y hay esperanza de que nuestras voces sean escuchadas. Esa es la gran ganancia de la paz.
Esas voces están contenidas en la Ley Especial de Protección al Patrimonio Cultural, que es otro de los logros de estos años. En la Ley del Premio Nacional de Cultura, que amerita una revisión después de su reactivación en 1994. Voces que también deberán incluirse en la Ley de Cultura prometida por la actual administración cultural.
Mientras eso sucede, esas voces que nos hablan del ser salvadoreño en todas sus dimensiones, las podemos escuchar en las salas del Museo Forma fundado en 1983 o en el Museo de Arte de El Salvador fundado en 2003 y que es uno de los logros más importantes de estos años o en las paredes de nuestras ciudades. Todas, aunque diferentes, son válidas y expresan el sentir de cada quien.
Esas voces la mayoría de veces son las de nuestros jóvenes y también la de nuestros mayores. Todas merecen ser escuchadas, respetadas, valoradas y, sobre todo comprendidas. Lo que expresan es, en gran medida, reflejo de la realidad que estamos viviendo. Aceptémoslo.
*El autor es pintor salvadoreño. Fue presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (1995-1999) y es, desde su fundación en 2003, el director del Museo de Arte de El Salvador.