Para ver el futuro
Francisco RR de Sola
Publicado el 20 de Febrero de 2012
Hace 20 años estábamos inmersos en un proceso complejo de reconstruir los tejidos productivos de la nación, adaptarnos a un nuevo orden constitucional y cumplir con los Acuerdos de Paz. No le dimos suficiente espacio ni tiempo a la imaginación, a la ilusión, para visionar un futuro  esperanzador. Quizás no hubo instituciones y faltaron los líderes que articularan un debate nacional. No entendimos a tiempo que con una nueva correlación de fuerzas a nivel mundial y el desmoronamiento del imperio soviético, se nos entregaba una oportunidad de cambiar paradigmas mentales. La desconfianza engendrada durante la guerra entre los protagonistas de las cúpulas del poder  existía tristemente en una natural reticencia de unir esfuerzos para visionar juntos. Pero esto no opaca que debiésemos sentirnos, veinte años después, enormemente  agradecidos porque los Acuerdos de Paz pusieron fin a un conflicto interno cruento, sentaron las bases para una democracia con instituciones sanas y funcionales, y nos abrió todo un mundo de libertades.  

¿Porque seguimos teniendo un país incierto – en lo económico, en lo social, en lo político?

 

Desde los Acuerdos hemos engendrado multiplicidad de planes, estudios, propuestas, diagnósticos, consultas para mejora del país. Casi todo lo que hay o había que hacer está escrito y hay que preguntarse : ¿qué pasó? Hoy cuando  El Salvador es un país potencialmente mucho más fuerte, pero que  duda de sí, cuando clama por reconocerse y capturar su potencial,  es fácil la retrospectiva, pero es peor dejar que la perplejidad nos confunda. 

El giro hacia un  mundo de libre mercado movió una agenda agresiva de privatizaciones y de apertura que coincidió con un auge económico importante de varios años, al tanto de  sustitución y diversificación de los tradicionales motores de productividad agrícola. La  civilidad en el quehacer político después de la paz fue acompañada por  marcado progreso en varios frentes económicos y sociales.  El país logró significativos avances en mediciones internacionales de competitividad y esto abrió campo para inversión extranjera. La trayectoria transformadora nos llevó eventualmente a un cambio fundamental que fue la dolarización, lo cual impuso un nuevo orden de relación Estado-mercado pero trajo nuevos retos a toda la sociedad. Pese a grandes avances en la reducción de pobreza, los logros no estuvieron a la altura de las expectativas cada día más altas; y aún con avances en las principales mediciones de bienestar social todavía no se puede concluir que hemos llegado a un nivel de mejora que será sostenible. 

Hoy día estamos en una situación económica y social muy frágil; la clase media cuestiona su misma estabilidad, y adicionalmente persisten problemas en la distribución del ingreso y en la generación de oportunidades para todos. Muchos cambios y mejoras  institucionales que debiesen haber ocurrido no fueron atendidos con disciplina y sabiduría. Todavía falta el análisis objetivo y desideologizado de lo que pasó y por qué no se pudieron sostener el vigor transformador y el crecimiento logrado después de los Acuerdos de Paz.

No obstando avances pero también rezagos, y reconociendo esfuerzos loables desde muchas partes, hay dos temas centrales que explican el quiebre de fortuna: la profunda desconfianza de visiones y objetivos para el país que durante veinte años separaba a los principales actores económicos y políticos; y la falla en construir capital social a nivel de la mayoría de círculos ciudadanos.  En esto todos cargamos con responsabilidad,  y ciertamente, los liderazgos a los niveles decisorios – políticos, económicos y sociales – que gestaron el destino en las dos décadas desde los Acuerdos. 

El sector privado, por ejemplo, no logró en la apertura y en la globalización tomar la oportunidad de montar un gran esfuerzo transformador de competitividad para una nación productiva con visión de futuro, y liderar una apuesta por mejora radical de educación y capacitación a nivel nacional. Los sectores políticos no forjaron causa común sobre la integridad de las primordiales Instituciones democráticas – el Sistema Judicial,  la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Supremo Electoral, la Policía Nacional Civil, entre otras.

Las iglesias, las universidades, los medios de comunicación, el ciudadano común y corriente, no pudimos construir capital social anclado en solidaridad, respeto al prójimo y apego al estado de derecho. Faltó la apuesta certera de país – el rumbo claro que nos uniera en una visión común de futuro. 

No fue hasta 1997 que se organizó un esfuerzo de visionar un país diferente en el “Plan de Nación”, un proceso de encuentros y diálogos que sembró ilusiones y consensos, precisó rumbos y apuestas, y del cual surgieron algunos proyectos transformadores que ahora son motores de desarrollo. Pero los estamentos políticos y económicos no asumieron como suyos ese esfuerzo ciudadano, y la Comisión Nacional de Desarrollo que lo dirigió cesó de operar en 2009.* 

Tenemos un país mejor

Hoy día tenemos un país significativamente mejor, sin ninguna duda. Hay una vigorosa participación ciudadana, creciente, enérgica, que cada día  demuestra su fuerza latente. Tenemos libertad de expresión y pensamiento, libertad de asociación, libertad de tránsito y la libertad de contratación, y un medio político lleno de debate, discusión y protagonismos espontáneos y libres.  

La globalización nos forzó a la  apertura de nuestra economía y todo lo que le concierne, lo cual trajo competencia, acceso a información, innovación, la adopción de nuevas prácticas de producción y generación de valor y oportunidades otrora desconocidas para el consumidor. El cambio tecnológico tan vertiginoso  ha abierto nuestras mentes, nos ha conectado internacionalmente, aunquetambién nos ha confrontado con las consecuencia del no podernos adaptar. Se fortaleció la independencia judicial, la Fiscalía General, las instituciones electorales. Se reformó la Policía radicalmente, se dio nueva institucionalidad al Ejército y se restableció el balance entre los tres poderes del Estado. Hubo una significativa reducción de pobreza en el país, acompañada del fortalecimiento de la clase media, y se abrieron múltiples oportunidades para gestar o trabajar en diversos campos. Ya es hora de pensar otra vez en el futuro. 

Falta mucho para avanzar a un nuevo peldaño de desarrollo y gobernanza, y hacerlo sostenible

Primero, falta un compromiso firme con el sistema republicano en  democracia, tan claro que disipe permanentemente todala inseguridad sobre la perdurabilidad de nuestra democracia  que nos mantiene en constante vilo. 

Segundo, pasa esto no solo por compromisos y acuerdos políticos, sino también por una aceptación profunda de que los problemas se resuelven a través del diálogo y la discusión y que la alternabilidad política sana demanda negociación permanente, no absolutismos rígidos. El país ya demostró que es capaz de dialogar para resolver problemas graves que nos agobian, por lo que se requiere de un esfuerzo de país conducente a mejorar la calidad de la democracia y de sus instituciones.  

Tercero, necesitamos acción pendiente para el cumplimiento de los Acuerdos en materia judicial: revisar el mecanismo de elección de magistrados de la Corte Suprema de Justicia; fortalecer al Consejo Nacional de la Judicatura que ha venido de más a menos y no ha estado exento de politización, y fortalecer los mecanismos de control de jueces, fiscales y policías para evitar que las instituciones sean contaminadas.  

Cuarto, falta un compromiso con una verdadera transparencia del Estado y combate a la corrupción, ya que la transparencia todavía no es un eje transversal en el país, y la corrupción sigue siendo una amenaza siniestra y corrosiva. Además, falta democratizar los partidos políticos y regular de una forma estricta la transparencia en el financiamiento y campañas electorales (Ley de Partidos Políticos).

Retos importantes en la conceptualización y manejo de nuestra economía

Se tendrá que ser, pensar y actuar competitivamente para progresar, no hay otra manera para lograr crecimiento sostenido. Se perfilan los retos entre movernos rápidamente hacia un nuevo paradigma de productividad y bienestar, o quedarnos sumidos en señalar equivocaciones del pasado que coartan  una visión común de desarrollo.   

El Salvador no puede darse el lujo de experimentar con mal concebidos “modelos de desarrollo”; falta perfeccionar el sistema, por ineficiente que sea. Lo que tenemos debe funcionar mejor para generar ante todo empleo, ahorro y capital, y a la sazón reducir las desigualdades. Debemos comprender que sin globalizarnos y competir no tendremos fuentes de innovación, ni capital, ni mercados para generar la riqueza que mejorará la vida de nuestra población; por tanto tenemos que insertarnos al mercado internacional con toda la energía posible. Por otro lado, quitarle a unos para darle a otros no mitiga la injusticia social; tampoco los sistemas asistenciales con fines populistas reducen la pobreza cuando no generan ninguna riqueza ni valor agregado. Más sensato y efectivo es fomentar a los emprendedores a todo nivel de nuestra sociedad para que  produzcan más y mejor, mientras se construye con inteligencia para enseñarle y ayudarle a  los que no han tenido oportunidades, a lograrlas y así salir de la marginación.  

Inversión eficaz, planificación y pensar en grande

Esto implica desde ya – reconozcámoslo o no – importantes  condicionantes, entre los cuales estarán a la cabeza una creciente y mucho más eficaz inversión en educación, salud y el sistema de soporte social, y por tanto un sistema fiscal ciertamente más equitativo. También, como lo ha sido en todo país emergente que ha sobresalido, se tendrá que  enfocar y precisar las apuestas de país, al tanto se sistematizan y coordinan las estrategias para lograr el camino del desarrollo sostenible con los  recursos humanos idóneos.

Implicará la planificación plurianual, y privilegiar sobre todo un compromiso político con ejecución ejemplar de las estrategias y proyectos.  Sobre todo, llama de parte de todos los salvadoreños la convicción que las libertades individuales y el ingenio de cada ciudadano deben complementarse  en función de que como Nación podamos “pensar en grande”. 

Se trata de avanzar hacia metas mucho más agresivas articulando una visión propositiva que nos moverá hacia la modernización del Estado, a construir firmes y  predecibles reglas del juego democrático, de participación en el mercado, y de respeto al Estado de Derecho, como preeminentes condiciones de la convivencia social pacífica. 

Un Estado más efectivo

En la misma veta de realismo, no podemos darnos el lujo de tener como rector de la gestión económica y social a un Estado diseñado para otro El Salvador, ciertamente no para el país del futuro. La razón de la inamovilidad del cambio es que no hay incentivos para que el estamento político se avoque a los cambios necesarios de esas estructuras. 

No se trata de crear un Estado inversionista, protector de un inventario de activos o estructuras nacionales improductivas, sino de un Estado facilitador, promotor de ingenio y de producción, vigilante de la sana competencia, de las virtudes de una estrategia viable de desarrollo, que se  emprende en asocio con entes privados aptos para generar productividad y riqueza. 

Es urgente la formación de los cuadros profesionales que constituyen el  servicio civil para administrar los bienes públicos y las competencias de un Estado efectivo. 

Transparencia, un sano régimen de competencia y protección al consumidor, procesos claros, presencia territorial del Estado, presupuesto y análisis de costo/beneficio, son solamente algunas de las prácticas que deben caracterizar al Estado rector. Se trata de un Estado regulador, fuerte pero no sofocante, firme pero abierto a cuestionamiento, proactivo pero no dominante, todas estas características  deben ser en función de darle al ciudadano la libertad que merece, pero también la facilidad de cumplir con las responsabilidades que se le demanden. Y es importante tener claro que solamente con presión ciudadana organizada y persistente se logrará romper la trama de incentivos perversos que detienen  la reforma del Estado. 

 

Las amenazas difíciles

Nuestra principal amenaza actual es caer en el desencanto con la democracia, a través de una desilusión con los liderazgos políticos, y frustración por  débil crecimiento económico.  

Nuestra amenaza más difícil, empero, es que la violencia a la cual estamos sometidos es un cáncer que nos hundirá si no coaligamos esfuerzos para combatirla, reducirla y volver a una situación de tranquilidad. Hace veinte años no visualizábamos el ciclo creciente de violencia que hoy día aqueja a todo el país. Por tanto hubo escasa preparación física e institucional para confrontar este reto tan difícil; la sociedad entera está dificultada hoy de unir esfuerzos para combatir el flagelo tan poco comprendido. La alquimia infeliz de aquellas amenazas nos puede arrojar a un ciclo de deterioro institucional sin fin, donde la decencia como fuente de solidaridad y trato humano desaparece junto con los valores que hacen la sociedad posible. Mientras esto nos detenga, no podemos atender el apremiante problema de la reducción de pobreza como reto transcendental y urgente. Y peor, está desviando nuestra atención de retomar el sendero del crecimiento, con vigor y sostenibilidad. 

Un Compromiso con la responsabilidad

Debemos también aceptar en El Salvador un nuevo compromiso con la responsabilidad -- a todo nivel. Los ciudadanos deben entender que al recibir de parte del Estado servicios y soporte social, tenemos ineludiblemente un deber de hacerlos funcionar mejor y por tanto de devolverle los recursos necesarios, al tanto exigimos la rendición de cuentas y transparencia para asegurar su eficacia.  

El Estado tiene como uno de sus fines proveernos seguridad, pero será imposible lograrla sin la confianza y concurso ciudadano que demanda el esfuerzo. Para ello necesitamos nuevos entendimientos sobre sacrificio, reciprocidad y solidaridad, y un programa vertical de enseñanza de valores a todo nivel. Habría entre otros que rescatar como valor vital proteger nuestro medio ambiente, ya que no obstando el camino que tomemos en ello yace la viabilidad de nuestro país. Puntualmente, es menester que reine la idoneidad como criterio de selección de los rectores en las instituciones públicas: servidores con valores, con profunda decencia, que no solo vivan ejemplares vidas, sino devuelvan a la ciudadanía la confianza con la cual se les eligió o nombró a sus cargos. Necesitamos construir el capital social basado en solidaridad, respeto al prójimo, probidad y entendimiento antes de conflicto.

Las Oportunidades

Existen importantes oportunidades para lograr un giro oportuno en la coyuntura actual. Nuestro principal socio comercial, los EEUU, y los  miembros del club de países desarrollados, ven con beneplácito el derrotero de El Salvador. Situarnos con realismo en el contexto mundial, y trabajando para darnos a conocer por medio de acciones y estrategias formuladas y concertadas internamente, llevan a solidificar ese interés por El Salvador.  Para ello, no debe faltar la concienciadeque solo nosotros tenemos a mano la solución -no vendrá de afuera- y competimos con países alrededor del mundo por atraer capital, tecnología, conocimiento y energía creadora, elementos que solo se radicarán en el país si trabajamos por lograr y mantener las mejores reglas de inversión, de predictibilidad en el trato al inversionista, y de justa resolución de los diferendos que normalmente ocurren en toda relación de mutuo beneficio.

Centroamérica es “ Casa”. Sigue siendo nuestra base de acción para consolidar una plataforma que tiene lógica histórica y comercial. La geografía, la historia común compartida, la interconexión ya lograda y el comercio entreverado que nos potencia ya indican que el esfuerzo debe partir desde casa. Si bien las vicisitudes políticas nos desunen, no por ello detienen un camino implícito de una región entrelazada, funcional, que se perfila en el comercio, la inversión, la movilidad de personas, el intercambio de experiencias, y hasta los desastres naturales que nos afectan por igual . 

Por tanto, la  visión internacional más realista, más ambiciosa, más proactiva, nace de trabajar por una Centroamérica más y mejor integrada, dotada de estructuras e institucionales irreversibles para un desarrollo sostenible viable y perdurable. La comunidad internacional no distingue entre países del istmo, busca unidad de destino y de gestión de desarrollo.  El Salvador, por su ubicación geográfica, experiencia política, y el emprendedurismo de su gente, bien puede gestionar un concierto de países con destino común pero respetando las diferencias de etnia, de política y de recursos que da a cada país de Centroamérica su particular  personalidad.

Apuntemos hacia un ideal

Finalmente, debemos volver a las destrezas que nos han traído  reconocimiento a los salvadoreños: el trabajo tesonero y duro, la fe en el futuro y la adaptabilidad humana. No tenemos recursos naturales ni abundancia de  territorio, no tenemos padrinos financieros, no tenemos salvaguardas para las emergencias que seguramente nos afectarán. Pero sí tenemos un pueblo trabajador, que se dedica a producir sea donde se encuentre, un pueblo adaptable que sabe levantarse ante la adversidad, cuyo destino es vivir en paz y prosperidad, no amedrentado por la  violencia y sofocado en pobreza. Con nueva auto estima,  producto de sano orgullo en nuestras capacidades, en nuestras poblaciones regadas por todo el mundo, y las vivencias aleccionadoras en construir democracia y una economía progresista, se piensa claro sobre el futuro. Por tanto, unir esfuerzos por construir lo que se potenció hace 20 años, para movernos decididamente hacia el país ideal -sin pasmo ni duda- es tan posible y viable como fue lograr aquellos insignes Acuerdos de Paz, sobre todo porque  los beneficios son los que merece nuestra población.

*El autor fue miembro de la Comisión Nacional de Desarrollo 1998-2009. Actualmente es presidente de FUSADES.